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Omar Sharif: «Doctor Zhivago me parece demasiado sentimental»

A ciertas edades, rondando la vejez, las grandes estrellas del cine corren el riesgo de verse devoradas por la nostalgia. No fue este el caso de Omar Sharif (1932-2015): un hombre encantador, inteligente, con una lucidez extraordinaria y con un poder de seducción que nunca alcanzarán los alevines distinguidos de Hollywood.

En 1962, Sharif subió los escalones de la fama el interpretar el papel de Sharif Ali en la obra maestra de David Lean, Lawrence of Arabia. De ahí en adelante, se ganó la inmortalidad a través de títulos como La noche de los generales, Y llegó el día de la venganza, La caída del Imperio Romano o Doctor Zhivago.

Entre sus virtudes, destacaban una gran humanidad, su espíritu universalista y su rechazo de los dogmatismos. Les dejo tres ejemplos: este fue el egipcio que en 1968 besó a la judía Barbra Streisand en Funny Girl. El mismo que en 2003 protagonizó El señor Ibrahim y las flores del Corán, de François Dupeiron, la historia de un anciano musulmán que se convierte en mentor de un niño hebreo. Y es, asimismo, la estrella que dio vida a San Pedro en la teleserie italiana San Pietro (2005), papel por el que fue amenazado desde una web de integristas islámicos.

Conocerlo en 2004, cuando nos visitó para promocionar la película de Dupeiron, fue una de esas experiencias que no se olvidan. En esa oportunidad, Sharif demostró que era un conversador estupendo, capaz de zanjar cualquier desacuerdo con una sonrisa.

Habla un español magnífico. Me imagino que empezó a aprenderlo cuando rodó aquí Doctor Zhivago y Lawrence de Arabia.

Es cierto, rodé esas dos películas en España. Suelo venir con mucha frecuencia, para empezar porque tengo a toda mi familia viviendo en Madrid. Generalmente, paso aquí las navidades. Sin embargo, desde que falleció mi madre hace seis años, me da un poco de pena venir, porque me acuerdo mucho de ella. Celebrar la Navidad sin que toda la familia esté junta ya no es lo mismo.

Tengo entendido que ahora vive en un hotel de París…

Es cierto. Vivo así porque, cuando uno está solo, sobre todo a una edad como la mía, en un hotel tienes todos los servicios. Si te pones enfermo, de inmediato avisan al médico.

¿Sigue jugando al bridge?

Lo dejé todo. Incluso abandoné las partidas de bridge. Ahora tengo dos pasiones: mi trabajo y mi familia. Ten en cuenta que, por haberme pasado la vida viajando, no he dedicado a los míos el tiempo suficiente. A mis años, lo que más deseo es pasar con mis nietos el mayor tiempo posible… Otra cosa que me fascina son los caballos de carreras. Tengo unos caballos que me producen una enorme felicidad.

Usted debutó en el cine de la mano de Youssef Chahine en 1953. Gracias a ello, se convirtió en una estrella del cine egipcio. ¿No se ha planteado volver a trabajar con él o regresar a su país de origen para rodar una película?

Es difícil regresar, porque no hay una industria que mantenga la calidad que tuvo en otro tiempo. Youssef Chahine es nuestro director más conocido. Realizó mis primeras películas, pero su carácter se ha vuelto demasiado singular. Tendría que encontrar un proyecto que me gustase, que fuera bueno y que tuviera un mensaje interesante para el público egipcio.

Hablemos de sus comienzos. Después de estudiar Matemáticas y Física en la Universidad de El Cairo, se dedicó a la interpretación. Supongo que sus padres se llevarían una sorpresa.

Mis padres no querían que yo fuera actor, pero yo me empeñé en conseguirlo a toda costa. No había alternativa: o era actor o la muerte. Cuando se lo dije a mi padre, se llevó un disgusto, porque él era comerciante, y lo que quería era añadir a su nombre, en el rótulo del negocio, las palabras «e hijo».

En realidad, usted se llama Michel Demitri Shalhoub. ¿Qué le llevó a elegir su nombre artístico?

En la industria del cine egipcio un actor tenía que tener un nombre árabe. No podía ser extranjero. Además cuando me casé con Faten Hamama, tuve que convertirme al Islam para hacer posible ese matrimonio. Omar se convirtió en mi nombre oficial, e incluso mi madre comenzó a llamarme así.

Se sentía muy unido a su madre, ¿no es cierto?

Sí, tenía una relación muy fuerte con ella. Hay un detalle importante, y es que, si no hubiera sido por mi madre, hoy no estaría con vosotros aquí. Si he llegado a ser actor en Hollywood es gracias a ella. Cuando tenía diez años, engordé mucho. Mi madre me adoraba, y no aceptó aquello. Quería que yo fuera el más guapo y el más importante. Por aquel entonces, yo estudiaba en una escuela de los jesuitas franceses. Aunque no era una persona culta, mi madre, que era una excelente cocinera, se puso a pensar en cuál era el mejor método para que yo adelgazase. Especulando sobre cuál es el país del mundo donde peor se come, llegó a la conclusión de que es Inglaterra. Por esa razón, me envió a un internado inglés, donde efectivamente, la comida era horrorosa [risas].

Así se cumplió un doble objetivo: adelgacé y aprendí inglés. De no haber hablado ese idioma, jamás hubiera llegado a actuar en Lawrence de Arabia o en Doctor Zhivago. Hoy sería un tipo más bien gordito y me dedicaría al mismo trabajo que mi padre, el comercio de maderas.

Sin embargo, acabó rodando una superproducción a las órdenes de David Lean…

Fue algo asombroso, casi un milagro. Yo solo había hecho algunas películas en Egipto. David Lean quería que el papel de Sherif Ali lo interpretase un auténtico árabe. Para llevar a cabo la selección del reparto, se dedicó a ver fotografías de muchos actores árabes, y al final me escogió a mí.

Su otro gran triunfo en Hollywood, y la segunda película que rodó a las órdenes de Lean, fue Doctor Zhivago. Otro éxito internacional de primera magnitud.

El guión que escribió Robert Bolt para Lawrence de Arabia era magnífico, al igual que el que hizo para Doctor Zhivago. Sin embargo, creo que es mejor Lawrence de Arabia.

Verás, Doctor Zhivago es una película romántica, que repite la misma fórmula que Lo que el viento se llevó. Una historia de amor con una guerra civil de fondo. El problema que yo le veo a Doctor Zhivago es que me parece demasiado sentimental. No soy un gran admirador de la película. A la hora de rodar, uno actúa, y marca el sentimiento con los ojos y con el tono de voz. Pero si esa emoción se sobrecarga, como sucede en este caso, con una música excesivamente sentimental, todo se vuelve excesivo. Y ese es el defecto que yo le veo.

En general, usted ha dado vida a personajes de nacionalidades muy variadas.

No tengo un acento definido. No es francés, ni italiano, ni español. Pero aunque he trabajado en todos los países donde hay industria del cine, ahora tengo dificultad para encontrar papeles, precisamente por ese acento particular.

Cuando uno es joven y tiene mucho éxito, eso no tiene importancia, porque escriben papeles para ti. De ahí que haya interpretado a un ruso como Yuri Zhivago, porque cuando se rodó la película de David Lean la audiencia no distinguía el verdadero acento ruso. Pero ahora es diferente. Cuando un director tiene que elegir a un intérprete para dar vida a un viejo personaje francés, lo más lógico es que seleccione a un gran actor francés. No tiene motivos para elegirme, porque aunque soy conocido, ya no vendo entradas.

¿Qué siente cuando compara la industria actual con la edad dorada de Hollywood?

El mundo del cine ha cambiado enormemente desde que rodé esas películas. En realidad, todo ha cambiado… La vida es más difícil ahora que entonces. Hay más trabajo, más necesidad, y eso hace que la gente se vuelva más competitiva y también más violenta.

En los años cincuenta, las películas abordaban temas muy variados, porque el público también era muy diverso. En la actualidad, la gente mayor ha dejado de acudir a las salas de cine. Ir a ver una película es para ellos costoso e incómodo, y prefieren quedarse en casa, para disfrutar de un DVD o de la televisión. Ahora el público de las salas lo componen esos jóvenes que quieren salir, reunirse con sus amigos e ir a ver una película. De ahí que todas las producciones actuales vayan enfocadas a ese tipo de público.

Recientemente, le han concedido el premio al mejor actor en la XXIX edición de los César.

Me dedico profesionalmente al oficio de actor desde hace 51 años. Creo que me han concedido este premio por amistad. Es una forma de decir: «Omar, llevas medio siglo con nosotros, y te queremos por eso».

¿Qué hay de cierto en su imagen de playboy aficionado al lujo y a los casinos?

En contra de lo que pueda parecer, el juego y el lujo no han sido una parte importante de mi vida. Todo tiene una explicación. Cuando me divorcié de la que fue mi esposa, Faten Hamama, no volví a enamorarme.

Siempre he viajado solo, de un país a otro, por razones de trabajo. Cuando llegaba a un sitio donde no conocía a nadie, el único lugar donde podía ir a cenar sin que la gente se preguntase por mi soledad, era el casino. Si te encuentras solo en un restaurante, y eres una estrella internacional, la gente se pregunta por qué no hay nadie que te acompañe.

Yo tengo una relación muy extraña con el dinero. En la época en la que gané grandes sumas, nunca comprendí por qué ocurría eso. Por eso lo gasto rápidamente. Por otro lado, cuando no gano suficiente, tampoco le doy importancia. Puedo vivir de una forma muy sencilla y austera sin que por ello cambie nada. Cuando tengo mucho dinero en el banco, siento un deseo incontenible de gastarlo [risas].

Siempre le han considerado un galán seductor, dentro y fuera de la pantalla.

Eso es otra leyenda. He estado con menos mujeres que otros amigos míos. Amé de verdad a mi esposa. Ella fue la única. Después de que nos divorciásemos, pensé que me iba a enamorar mil veces, pero nunca ocurrió.

No sé por qué, pero desde entonces, no he tenido la suerte de encontrar a una mujer que me gustara lo suficiente como para casarme de nuevo y vivir con ella. Tampoco tengo la impresión de ser alguien seductor. En realidad, tiene poca importancia. Mi vida es bastante corriente, y como decía, lo que más me interesa es estar cerca de mi familia.

Hábleme de su último film, El señor Ibrahim y las flores del Corán.

Es una película pequeña, rodada con un equipo de catorce personas. Nunca había participado en un rodaje de estas características. Bien pensado, el contar con un equipo tan reducido es una ventaja extraordinaria. Es un trabajo más íntimo, que convierte a la película en una obra de amor.

Me imagino que le habrá sorprendido el contraste de medios entre esta película de François Dupeiron y las grandes superproducciones en las que ha actuado.

Cuando uno participa en una gran superproducción, que involucra a cientos y hasta a miles de personas, no conoces a los profesionales que te rodean. Hay mucha gente que te parece extranjera… llegada de otro mundo. En el caso de la película de Dupeiron, la escasez del presupuesto nos llevó a estar siempre juntos. Incluso llegamos a alojarnos en hoteles donde las habitaciones no disponían de un baño individual. A mi edad, un trabajo de estas características resulta sumamente divertido y a la vez conmovedor.

Llevaba cinco años sin rodar una película. A lo largo de los veinte años anteriores, rodé películas de muy mala calidad. Tanto es así, que mis nietos se reían de mí. «Pero abuelo, ¿por qué haces películas tan malas?». Llegado a este punto, quise recuperar un poquito de dignidad para que mis nietos respeten mi trabajo [risas].

Quería hacer algo que me entusiasmara, y este guión llegó en el momento justo. Era, además, un momento inmejorable para rodar una película como ésta, para decir que un judío y un musulmán pueden quererse. Es algo que yo mismo experimento en mi vida.

Tengo un nieto judío y un nieto musulmán, porque mi hijo se casó tres veces. Su primera esposa era judía. La segunda, católica. Con ella no tuvo descendencia, para gran desesperación de mi madre, que era muy católica, y quería ver a uno de sus nietos bautizado. La tercera mujer de mi hijo es musulmana. Pero todos son muy tolerantes. Al igual que yo, mi hijo Tarek no diferencia a las personas por motivos religiosos, sino por su bondad o su maldad.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.