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«Memoria del comunismo», de Federico Jiménez Losantos

Nos hemos acostumbrado a los debates políticos más ruidosos y previsibles. En la red, en la radio, en la televisión… De poco nos sirve decir que el diálogo público es positivo en democracia cuando, a la hora de la verdad, esas discusiones acaban convirtiéndose en riñas a pleno pulmón, con prejuicios fáciles, adversarios prefabricados y ataques de ansiedad para dar verosimilitud al espectáculo.

Por culpa de esos debates ‒los llamaremos así‒ la reflexión política más compleja ha ido desapareciendo de la primera línea informativa. Y como sucede cuando el relato intelectual se simplifica e infantiliza, hay que empezar a repetir obviedades que uno creía innecesarias.

Ya sucedió en su momento cuando, por desinformación y por maldad, los grupos negacionistas inocularon en la opinión pública dudas sobre el holocausto. O cuando el cretinismo digital empezó a rescatar supuestas virtudes de Hitler y el resto de carniceros que impulsaron la barbarie nazi.

En la actualidad, esa misma desinformación ‒y me atrevería a decir que esa misma ruindad‒ atañe a quienes recuerdan con simpatía los totalitarismos de izquierda. A nivel personal, esto es algo que siempre me ha resultado difícil de entender. Uno es bien visto cuando subraya las salvajadas cometidas en la Argentina de Videla o en el Chile de Pinochet, y sin duda despierta simpatía cuando rechaza firmemente, en cualquier conversación, el franquismo español o el salazarismo portugués. El problema surge cuando, por simple coherencia ética y moral, nos despachamos a gusto contra las dictaduras de derechas… y luego repetimos el mismo gesto con las de izquierdas.

Hablando de todo esto con un compañero periodista, mi interlocutor dijo algo que casi justifica esta reseña: «Por mucho que critiques a Stalin ‒me comentó‒, yo soy de izquierdas, y siempre me voy a sentir más simpatía por un nostálgico del estalinismo que por un radical de derechas. Porque con el estalinista, al menos, comparto unos ideales, ¿comprendes?».

Este tipo de planteamiento es más habitual de lo que parece, especialmente en la nueva cultura digital, movilizada por los tam-tams de la tribu correspondiente. Al final, uno ya sabe que va a ser difícil explicarle las atrocidades de Mao o de Pol-Pot a ese ciudadano vociferante que hace rimar su estribillo diario con expresiones como «El régimen del 78 es una prolongación del franquismo», o que considera «prensa filofascista» (sic) a cualquier medio que no coincida con sus creencias. En resumen: del mismo modo que me horrorizan los defensores de la ultraderecha real ‒para entendernos, los skins y otros hooligans uniformados‒, también me espantan quienes, con banda sonora de batukada, hablan de los totalitarismos comunistas con agrado y admiración.

Los documentos históricos y los testimonios acerca de los genocidas que enarbolaron y enarbolan esa bandera roja son tan abrumadores como los que nos detallan la infamia de los nazis. Sin embargo, optamos por el olvido y el silencio, e incluso cuando el terrorismo entra en la ecuación, más de uno opta por la equidistancia. Mucho tienen que ver en esa amnesia los cineastas y escritores ‒aún resulta delicado ambientar tu relato en el gulag soviético o en la China maoísta‒, y también los medios de comunicación, para los que no resulta fácil hacer pedagogía con esta materia, un verdadero tabú de nuestra época.

Libros como Koba el Temible (2002), de Martin Amis, o El libro negro del comunismo (1997), editado por Stéphane Courtois, son un método infalible para abrir los ojos ante ese panorama de sangre y represión. Es un propósito que también se cumple tras leer el nuevo libro de Federico Jiménez Losantos.

En Jiménez Losantos conviven varias dimensiones. Sin embargo, sus virtudes intelectuales quedan habitualmente solapadas por su incendiaria imagen periodística, con una vitola ideológica tan refulgente que basta para dividir su auditorio entre defensores y enemigos. En esta época de credos maleables y de burbujas digitales, muchos acaban definiendo lo que sienten políticamente a contrariis, usando como polo de ese contraste a figuras como el propio Losantos. Puedo equivocarme, pero creo que los antropólogos del futuro analizarán estos magnetismos sociales con detenimiento.

Me he acercado a este libro sin pensar en los otros avatares del autor, y ajeno a su actividad radiofónica, que poco aportaría a un alérgico a las tertulias como yo. Y aunque en algunos tramos de la obra es inevitable encontrarse con un exaltado polemista que remata sus reflexiones en voz alta, la mayor parte de esta Memoria del comunismo sigue los derroteros de la buena divulgación histórica, con datos bien contrastados y esclarecedores, profusión de fuentes y un agudo análisis de los procesos en curso. De hecho, creo que un lector moderado y sensato de cualquier tendencia (desde la derecha ilustrada a la socialdemocracia) puede coincidir en esa conmoción que causa este atroz repertorio de crímenes totalitarios, motivados por una utopía que fue rebrotando en distintas dictaduras, guerras y revoluciones.

La escala de la obra justifica sus dimensiones, pero está escrita con esa amenidad que nos permite ir de la primera a la última página sin desfallecer, negando cualquier posibilidad de indulto a esas dictaduras que convirtieron ‒y aún convierten‒ las purgas, las torturas, las mentiras de Estado y los campos de exterminio en un asunto cotidiano.

Sinopsis

Buceando en las fuentes originales -de MarxBakunin y Lenin al Che o Pablo Iglesias-, este libro explica la naturaleza real del comunismo, sus raíces filosóficas y políticas, los errores habituales sobre su historia y el hecho más terrible: que, cien años y cien millones de muertos después, siga siendo una ideología respetada entre políticos, profesores y periodistas.

En dos países europeos, Rusia y España, se intentó crear en el siglo XX un régimen comunista. En Rusia, tras cinco años de feroz guerra civil de Lenin contra su pueblo, el comunismo triunfó. En España, tras una atroz guerra civil de tres años, perdió. Pero se discute el papel de Stalin en la guerra -de Paracuellos y la muerte de Nin al oro del Banco de España- y se oculta la actuación de los dos comunismos españoles: el marxista del PCE, el PSOE bolchevizado o el POUM; y el bakuninista de la CNT-FAI, que impuso el terror rojo en Cataluña con la ayuda entusiasta de Companys. Ni la Rusia bajo la Cheka ni la España bajo las checas se recuerdan hoy. Solo eso y el éxito de la propaganda soviética desde 1917 explican la irrupción y el éxito de Podemos.

Lo peor del sistema de Lenin no es que se crea con derecho a imponer su dictadura y a matar a sus opositores, sino que las sociedades democráticas acepten ese derecho a robar y matar de los comunistas. Esta Memoria del comunismo recuerda por qué sucede. Y cómo, conociendo su historia y la de España, cabe evitarlo.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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