Cualia.es

«Matrix Reloaded» y «Matrix Revolutions» (2003), de las hermanas Wachowski

Matrix (1999) causó un impacto fenomenal en la industria del cine, no sólo entre los amantes de la ciencia-ficción –para quienes la historia no era tan nueva como parecía– sino entre espectadores que sólo ocasionalmente visitaba el género. Abrió nuevos caminos en los efectos especiales y trasladó a la pantalla con un estilo distintivo y luego muy imitado un entorno argumental que hasta entonces sólo había tenido una transferencia cinematográfica mediocre.

Fue un éxito de taquilla, ganó cuatro Oscar (efectos visuales, montaje, sonido y efectos de sonido) y generó un culto próximo al que Star Wars (1977) había generado dos décadas antes. Como George Lucas, las hermanas Wachowski quisieron alimentarlo con dos películas más. En realidad fue una sola película, rodada de un tirón pero dividida en dos entregas que fueron estrenadas con sólo seis meses de diferencia en 2003: Matrix Reloaded y Matrix Revolutions.

En Matrix Reloaded, las máquinas están perforando un túnel para llegar hasta Sión, el último bastión subterráneo de la humanidad. Sus habitantes sólo tienen setenta y dos horas antes de ser invadidos y masacrados. Morfeo defiende ante el Consejo su convicción de que Neo es el elegido. El Oráculo sugiere a Neo que encuentre al Creador de Llaves, quien tiene la capacidad de abrir las puertas «traseras» de Matrix. Neo, Morfeo y Trinity rescatan al personaje de las manos de un poderoso programa conocido como El Merovingio después de luchar contra sus asesinos y agentes de Matrix.

Con la ayuda del Creador de Llaves, Neo penetra en un casi inaccesible sector del sistema donde se encuentra con el diseñador de Matrix, El Arquitecto. Pero mientras habla con él y comienza a entender su papel como Elegido, se enfrenta a una difícil elección: salvar la vida de la población de Sión o la de Trinity.

La producción de ambas secuelas no sólo fue de dimensiones colosales, con presupuestos de 300 millones de dólares –cifra con la que sólo rivalizaba entonces El Señor de los Anillos– sino que estuvo plagada de problemas y desafíos de todo tipo. Hubo de construirse un tramo de tres kilómetros de autopista para la espectacular escena de persecución; fallecieron dos de las actrices contratadas: la cantante Aaliyah –que iba a interpretar el papel de Zee– y Gloria Foster –que había encarnado a Oráculo en el primer film–; la empresa responsable de los efectos visuales Bullet Time hizo bancarrota a mitad de producción; y los productores hubieron de enfrentarse a demandas judiciales de actores rechazados y familiares (la esposa de Larry Wachowski solicitó el divorcio alegando que su marido la había dejado por una dominatrix. Posteriormente, cambiaría de sexo, dándose a conocer como Lana Wachowski).

A la vista del éxito de su predecesora y las noticias que se iban filtrando de la producción, no puede extrañar que Matrix Reloaded fuera uno de los estrenos más esperados del año. Pero lo que los fans se encontraron al acudir a las salas fue, siendo generosos, una decepción. La primera película había cautivado tanto por su historia como por sus impactantes efectos especiales. Pero éstos ya habían dejado de ser una novedad por lo que la única salida para tratar de igualar la calidad de la primera entrega residía en la historia.

La profundidad intelectual de Matrix era la justa para sostener aquel film, pero no más. De hecho, ese fue el secreto de su éxito: como Star Wars antes que él (la misteriosa «fuerza» cautivó a los espectadores de los setenta, receptivos al misticismo tan en boga entonces), Matrix bosquejó un mundo que después los fans desarrollaron de acuerdo a su propio gusto. Esto favoreció a la película, porque aseguró que su atractivo no caducara junto a los efectos especiales y las luchas de kung-fu con cables.

Sin embargo, aquellos brochazos filosóficos fueron precisamente los que lastraron las secuelas. Porque, de alguna manera, estas películas tenían que justificar y ampliar las insinuaciones metafísicas de la primera. Esto se tradujo en numerosas, farragosas y larguísimas escenas de Neo preguntando sandeces seudofilosóficas a personajes secundarios pensados exclusivamente para servir de comparsas.

Como toda secuela, Matrix Reloaded comienza respondiendo muchas de las cuestiones que la primera parte dejó sin solución: ¿Qué es la Profecía? ¿Cuál es el destino del Elegido? ¿Quién o qué es el Oráculo? ¿Quién creó Matrix?

Las Wachowski se enfrentan a esas preguntas de forma interesante, pero desgraciadamente, en lugar de despejar el panorama, éste se complicó con más preguntas sin respuesta e incoherencias con lo que ya se había contado hasta ese momento: de repente la Profecía y el Oráculo pasaron a ser irrelevantes y Neo ya no era el Elegido, sino el séptimo de una lista que parecía no acabar con él. ¿Se había repetido toda la historia de Matrix en seis ocasiones anteriores? Entonces, ¿es el mundo exterior también una ilusión de Matrix? ¿Qué papel juega el Arquitecto? ¿Quién es el Creador de Llaves: un programa, un programador o un humano real? ¿A qué viene pelear tanto si en la primera parte se nos da a entender que Neo tiene la clave para acabar con Matrix? Si es capaz de volar gracias a su superior manipulación del plano virtual, ¿por qué no puede teleportarse, ahorrar tiempo y salvar a la chica? ¿Qué pretende hacer el Agente Smith cuando Matrix sea destruida por su propia mano?

La historia, pues, se hizo innecesariamente compleja, cayendo en ese defecto tan común en las secuelas: a falta de ideas nuevas, se retoman los mismos elementos de la primera parte, sobreexplotándolos y exagerándolos sin aportar nada original, alargando innecesariamente pasajes que poco aportan. En Matrix Reloaded la historia tarda demasiado en arrancar, hay largas secuencias absurdas (seis minutos de ruidosa fiesta subterránea sin más propósito que mostrarnos a Neo y Trinity tener sexo con mala música de fondo), excesivo trucaje y un incremento en las escenas a la luz del día en detrimento de la atmósfera oscura y verdosa que había caracterizado el film original. El espectador, despistado y sin comprender ya que de qué va todo aquello, se resigna a esperar la siguiente escena de acción.

Tampoco los actores estuvieron a la altura. Keanu Reeves –que ya de por sí no es precisamente un actor de especial talento– parece una caricatura de superhéroe vengador con expresión de despiste permanente, la hierática Carrie-Anne Moss oscila entre su «yo» humano blanquecino y enfermizo y su avatar «virtual» enfundado en ajustado vinilo negro, tan inexpresiva en uno como en otro; ni siquiera Laurence Fishburne tiene la misma presencia misteriosa que en la primera parte, deslizándose hacia el fanatismo cerril; y el agente Smith es relegado en la historia a un papel menos relevante y más irrisorio, no tiene ni de lejos alguna escena que pueda hacer sombra a su interrogatorio a Morfeo en la primera parte. El resto de personajes (el Arquitecto, el Creador de Llaves, el Oráculo, Merovingio, Perséfone, Níobe, los jerarcas de Sión…) se limitan a cumplir su papel para hacer que la historia avance, pero apenas se perfilan más allá del burdo estereotipo, por ejemplo, el triángulo sentimental entre Níobe, Morfeo y el comandante rebelde.

Eso sí, las escenas de acción son espectaculares: los tiroteos, las peleas de Neo con los dobles de Smith, la persecución en la autopista –una de las mejores que hasta la fecha se pueda disfrutar en el cine de ciencia-ficción–, los combates en el restaurante del Merovingio… El problema es que todas estas secuencias parecen haber sido diseñadas independientemente del argumento y luego introducidas con calzador en la película, fuesen o no pertinentes.

Además, Neo pasa a transformarse en un superhéroe que realiza hazañas más allá de cualquier frontera de verosimilitud, incluso virtual. Sus escenas de combate, siendo como eran magníficas en la primera parte, aparecen tan hinchadas que uno tiene la sensación de que nunca llega a estar en verdadero peligro. En Matrix, un sólo Agente Smith suponía un desafío temible; en Matrix Reloaded, se enfrenta a cientos de ellos con un bastón y se los quita fríamente de encima sin que se le caigan siquiera las gafas de sol. En aquélla, eran peleas hombre a hombre cargadas de tensión; en ésta, un videojuego frío y poco afortunado.

Seis meses después, Matrix Revolutions siguió en la misma línea descendente. Si crítica y fans no habían quedado en absoluto convencidos por Reloaded, en esta ocasión lo mejor que pudieron hacer es mostrar una piadosa indiferencia.

Revolutions comienza con Trinity y Morfeo rescatando a Neo, atrapado en una estación de metro congelada entre mundos y controlada por el Merovingio. Después se apresuran a ir hasta Sión antes de que llegue la vanguardia del ejército de máquinas. Sus habitantes se preparan para una defensa desesperada contra los drones mientras Neo toma una decisión suicida: dirigirse a la Ciudad de las Máquinas, donde acordará una tregua con la inteligencia artificial de Matrix para entrar en ella y enfrentarse al Agente Smith, cuya locura amenaza con destruir todo el sistema.

Como capítulo que cierra la saga, se trata de una película decepcionante que reincide en todos los fallos de la anterior entrega –lo que no puede extrañar por cuanto se trata de un solo film ofrecido en dos raciones–. Los personajes centrales (sobre todo Morfeo) se marginan en favor de enormes secuencias de efectos especiales en las que humanos disfrazados de Transformer y máquinas con forma de calamar se masacran mutuamente en lo que parece un videojuego enloquecido.

La meta de toda secuela es simple: cerrar los cabos sueltos de la historia y llevarla a su clímax para, a continuación, concluirla. En este caso en particular, se trataría de finalizar la guerra entre humanos y máquinas, hacer que Neo cumpla su destino y explicar el verdadero origen de Matrix. Nada de esto se consigue. No se nos aclara totalmente quién es el Arquitecto y de dónde sale, cómo el Oráculo predice lo que va a suceder (de repente, parece que sus poderes dejan de funcionar y no sabemos por qué o si siempre ha sido un fraude), cómo es posible que un programa virtual (el Agente Smith) posea a gente en el mundo real o por qué súbitamente Keanu Reeves desarrolla superpoderes fuera del plano virtual.

Puede que las respuestas estén escondidas en los resquicios de la trama y que, tras haber visto la película unas cuantas veces, yo haya sido incapaz de encontrarlas; pero lo que es seguro es que nadie conseguirá explicar coherentemente el argumento tras un único visionado. El problema se halla precisamente en la falta de coherencia, en la acumulación de despropósitos. Es como si la primera película hubiera sido escrita por un par de guionistas inteligentes, capaces de establecer un escenario y unos personajes interesantes, y la secuela por un par de adolescentes fumados tras el examen de filosofía de selectividad.

Encima, el conflicto no se zanja, pues aunque Neo se enfrenta y vence al Agente Smith, la ilusión de Matrix permanece al terminar el film; mientras que la primera película nos decía que eso de tener a la humanidad atrapada en un espejismo virtual era una situación poco deseable, cuando finaliza la última entrega lo único que se ha conseguido es restaurar el statu quo: las máquinas siguen controlando el mundo, la especie humana continúa sumergida en sus cápsulas de líquido amniótico soñando con Matrix, y Neo, aunque parece que cumple parte de su profetizado destino, en realidad lo único que consigue es una inestable y ambigua tregua.

Una vez más, el espectador puede refugiarse en las escenas de acción –esto es, si puede aguantarlos decibelios y el rapidísimo ritmo y no le disgustan los disparos a granel–. La batalla entre humanos y drones por Sión o el enfrentamiento final entre Neo y el Agente Smith bajo la lluvia son los momentos cumbre de la película desde el punto de vista visual (siempre y cuando seas fan irredento del cine de animación japonés); pero, al mismo tiempo, destacan desfavorablemente respecto a las escenas de combate de la primera parte. Las complejas habilidades físicas propias de las artes marciales que se desplegaban en los combates hombre a hombre son reemplazadas aquí por gigantescas explosiones, multitudinarias batallas, grandes ángulos y combates totalmente sobredimensionados.

La buena ciencia-ficción es la que consigue un equilibrio entre realidad y fantasía. Personajes, escenario, interacciones individuales y sociales, tecnología y –en el caso del cine– efectos especiales, deben combinar lo real y accesible con lo fantástico e imposible de tal manera que el lector o el espectador se sumerjan en la historia sin cuestionarla. Matrix lo consiguió. Sus secuelas no. Reloaded y Revolutions son películas torpes que no pasarán a la historia porque al final lo que perdura en las mentes del público son los personajes sólidos y cómo se enfrentan a los desafíos que se les plantean, no el efectista envoltorio con que se les rodea, bonito pero hueco. Se hace necesario que un montador con talento retome Reloaded y Revolutions y las funda en una sola película entretenida, dejando la acción, marginando la filosofía y cuidando más a los personajes.

Aparte de todo su batiburrillo conceptual, la genialidad de las secuelas de Matrix residía en que fueron los primeros films de anime en carne y hueso. Sus escenas de acción remitían claramente al cine de animación japonés, al igual que los diálogos, que a veces sonaban como conversaciones en japonés pobremente traducidas.

En este sentido, resulta curioso que el elemento más interesante del universo Matrix sea uno que muchos espectadores no han visto: The Animatrix (2003), un DVD con una colección de nueve cortos de anime y films de animación por ordenador cuyas historias no solamente estaban inspiradas en los films de Matrix, sino que estaban directamente relacionadas con la narración principal, complementándola. Por ejemplo, los acontecimientos que se relatan en el corto El vuelo final del Osiris tienen su continuación en Matrix Reloaded, mientras que en Kid´s Story se presenta un personaje que jugará un papel relevante en Revolutions.

Los cortos exploran algunos rincones, aspectos y filosofía del universo Matrix (el origen, desarrollo y trágico final de la guerra entre humanos y máquinas, la vida virtual de algunos de los humanos conectados, el despertar de aquellos que no se adaptan…). Su estilo gráfico es tan variado y dispar como el tono de las historias: la textura casi fotográfica de El vuelo final del Osiris, el estilo más tradicional de Segundo renacimiento, el dinamismo de Historia de un chico, el artístico granulado en blanco y negro de Historia de un detective, los atrevidos colores y líneas de Programa, el expresionismo a cámara lenta de Record mundial, la poesía cotidiana y melancolía de Más allá o el colorista surrealismo de Matriculados.

Estos breves episodios son un reconocimiento explícito a la deuda que la saga de las Wachowski tienen con los anime japoneses y, de hecho, la idea de este DVD surgió cuando los directores/guionistas viajaron a Japón para promocionar su película.

Siendo como eran aficionados a la animación nipona, visitaron varios estudios y decidieron producir e incluso escribir algunos de los cortos que servirían de complemento e introducción a las dos películas que se estrenarían aquel mismo año y que completarían la saga. Y mientras que crítica y fans son unánimes a la hora de despedazar ambas secuelas, The Animatrix consiguió superar con creces la calidad de aquéllas a pesar de su condición inicial de mero accesorio de una rentable franquicia multimedia.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".