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«Matemos al tío», de Rohan O’Grady

Es muy incómodo buscar lecturas con la etiqueta de novela de culto, porque esa denominación… bien, como poco es arbitraria. A veces, resume un gesto de excentricidad, una idealización más o menos nostálgica o una simple moda. Sin embargo, en el caso de Matemos al tío (1963), de Rohan O’Grady, uno puede echar un vistazo a ese pebetero ardiente de los libros de culto, y al mismo tiempo, sentir que se encuentra ante una obra encantadora y admirable.

¿Quieren un resumen argumental? Pensemos en cosas inesperadas. Una herencia en disputa. Un huérfano de diez años, Barnaby Gaunt, temeroso de que su tío, el comandante Sylvester Murchison-Gaunt, quiera asesinarlo para obtenerla. Un paisaje pintoresco: esa isla del Pacífico canadiense donde Barnaby pasa sus vacaciones. Y una niña singular, Christie, quien ayuda a Barnaby en el siniestro plan de contraataque que justifica el título de la obra.

Con esos mimbres, O’Grady teje una historia que oscila entre la tensión, el divertimento y el humor negro. Se trata, en fin, de un libro que a uno de le pone de mejor humor, y cuya entraña perversa no excluye momentos de irresistible encanto.

¿Un thriller? ¿Una aventura juvenil? ¿Una comedia malévola? ¿Un cuento gótico? Es difícil encajar Matemos al tío en una fórmula preestablecida. O por decirlo de otro modo, en una sola fórmula. De ahí proviene, justamente, su atractivo literario.

Impecablemente traducido por Raquel Vicedo, luciendo en su cubierta el dibujo que el gran Edward Gorey completó para la primera edición, Matemos al tío llega ahora a los lectores hispanohablantes como un prodigio imaginativo y como un alarde de originalidad. Y es que, por encima de todo, ésta es una de esas lecturas con las que uno disfruta a conciencia, repleta de claves secretas y de referencias inesperadas (Hay quien dice, por ejemplo, que el tío Sylvester se inspira en el gato Silvestre, de los dibujos animados de la Warner Brothers).

En 1966, esta novela fue traducida a la gran pantalla. Por desgracia, como dijo en su momento O’Grady, los guionistas respetaron el título y poco más. La isla canadiense donde transcurre el relato fue sustituida por Bermuda, y el carismático puma que interviene en la trama ‒no les adelantaré cómo‒ pasó a ser un tiburón. En el fondo, no se podía esperar otra cosa de su director, William Castle, maestro de la serie B y del marketing de barraca.

Tiene su gracia que esta infiel adaptación le abriese a O’Grady las puertas de Hollywood. Pero no la entrada principal, sino una puerta trasera. Recordemos que escribió varios guiones que no llegaron a rodarse. Teniendo en cuenta la calidad que atesora Matemos al tío, uno lamenta que ese talento quedase archivado.

Sinopsis

Una lectura deliciosamente perversa. Oscura y mortalmente ingeniosa, Matemos al tío es un clásico de culto que nunca hasta ahora se había publicado en español.

Barnaby Gaunt tiene diez años y acaba de quedarse huérfano. Solo y desamparado en la vida, ha de vivir con su tío, por lo que viaja a una preciosa isla remota de la costa de Canadá, llena de amables ancianitos y donde hay hasta un policía montado. A primera vista, todo indica que le espera un verano perfecto. Salvo por un pequeño problema: su tío está tratando de matarlo. Heredero de una fortuna de diez millones de dólares, Barnaby se cansa de decirle a todo el mundo que su tío, un hombre misterioso y aterrador, anda detrás de su herencia, pero nadie le cree. Nadie salvo Christie, una niña rara y de poco comer, que llega a la conclusión de que Barnaby solo puede detener a su demoniaco tío de una manera: matándolo primero a él. Y así, con la ayuda de Una Oreja, un puma salvaje a quien los isleños atormentan desde hace años, Christie y Barnaby traman un plan infalible.

Rohan O’Grady (seudónimo de la novelista canadiense June Skinner) nació en Vancouver (Canadá) en 1922. Sus padres, emigrantes irlandeses, se mudaron a esa ciudad en 1900 tras regentar durante años un hotel en la isla de East Thurlow durante la fiebre del oro del Klondike.

En 1940 se graduó en el Lord Byng High School, donde se la conocía como «Piernas O’Grady». Tras la segunda guerra mundial, mientras trabajaba en una biblioteca, conocería a quien sería su marido, el periodista Frederick Snowden Skinner, con el que tuvo tres hijos. No empezó a escribir hasta casi cumplir los cuarenta años, pero entre 1961 y 1970 publicaría cuatro novelas entre las que destaca, sin duda, Matemos al tío (1963), que fue llevada al cine con el mismo título en 1966 por el legendario director de películas de terror William Castle, y que está considerada una de las más importantes novelas góticas del siglo XX, un clásico de culto. Un título mítico también por la legendaria portada de Edward Gorey que ahora Impedimenta recupera y que se había convertido en objeto de coleccionista. Tras tres décadas de relativa oscuridad, Matemos al tío volvió al primer plano de la actualidad tras un artículo aparecido en 2009 en la prestigiosa revista The Believer, auspiciada por la editorial McSweeney’s, en el que se la consideraba un tesoro perdido de la literatura cross-over.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.