Recomiendo la lectura de las cartas de Plinio el Joven (sobrino y luego hijo adoptivo de Plinio el Viejo), durante un tiempo funcionario de Trajano y amigo, entre otros, del gran historiador Tácito.
Es una maravilla comprobar la calidad humana e intelectual de aquellas figuras ejemplares. Que cada cual los asocie a la basura que a diario nos amarga el café.
Cuando Plinio consulta a Trajano cómo debe actuar contra los cristianos (a los que se perseguía no tanto por sus ritos cuanto por no rendir culto al emperador) y le informa de que circulan unos libros anónimos con cientos de nombres de supuestos cristianos, Trajano le responde lo siguiente: «Los libros anónimos que circulan no deben tener cabida en acusación alguna, pues esto sirve de pésimo ejemplo y no es propio de nuestro tiempo».
En su «carta sobre la educación» recomienda a un amigo un preceptor para su hijo, y termina con estas bellas palabras: «Nada de este preceptor escuchará tu hijo salvo lo provechoso, nada aprenderá que sea mejor desconocer, ni será advertido por él con menos frecuencia que por ti o por mí sobre las imágenes de los antepasados que porta, y sobre la importancia y grandeza de los nombres familiares. Por tanto, con la ayuda de los dioses, confía a tu hijo a este preceptor, de quien primero ha de aprender buenas costumbres y luego elocuencia, que mal se aprende sin buenas costumbres».
Su carta a Tácito sobre la importancia de la Historia termina así: «En efecto, la Historia no debe sobrepasar a la verdad y la verdad es suficiente para los hechos honestos».
La obra aludida es El Vesubio, los fantasmas y otras cartas (Plinio el Joven, Cátedra, 2011).
Grandes aquellos romanos y siempre fuente de aprendizaje ético y estético.
Imagen superior: estatua de Plinio el Joven, obra de Tomaso y Jacobo Rodari. Santa María la Mayor, Como (Fotografía: Wolfgang Sauber, CC).
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