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«La novela del matrimonio», de Lev Tolstói

A pesar de no ser uno de los escritos más conocidos de Tolstói, La novela del matrimonio (1858) ‒publicada en otras ediciones bajo el título Felicidad conyugal‒, es un libro de un gran interés, en parte porque transmite una experiencia autobiográfica muy sincera. En esta obra, el lector accede a una faceta del novelista que aún estaba por desvelar: la del amor. Así, a través de la ficción, descubrimos a Tolstói hablando de este sentimiento tal y como él mismo lo experimentó junto a su esposa, Sofía Andréyevna Tolstáya.

Más allá de sus connotaciones personales, la novela nos mantiene en constante tensión, y asimismo, nos invita a reflejarnos en cada aspecto que relata. Al fin y al cabo, ¿quién no se ha enamorado alguna vez? ¿Y quién no ha sentido cómo los cimientos de ese amor se desmoronaban?

El libro fue originalmente editado por entregas en los números 7 y 8 de la revista El Mensajero Ruso (Русскій Вѣстникъ), durante el mes de abril de 1859. Su complejidad psicológica, como veremos, deriva de una evidencia aparentemente sencilla: la pasión del noviazgo suele enfriarse ‒no en vano, es un ardor efímero‒ y cede paso a una relación diferente, de otra naturaleza, consolidada a lo largo de la etapa matrimonial.

Los protagonistas de la novela son una joven, María Alexandrovna, que comienza a descubrir el mundo adulto, y un hombre de negocios, Serguei Mijailovich, cuya vida está prácticamente resuelta. Ambos mantienen una amistad sincera, pero Serguei se muestra más bien como un profesor o un mentor para ella.

Sin embargo, todo da un vuelco a partir de la muerte de la madre de María. Inundada por una gran tristeza, sólo encuentra refugio y felicidad en la compañía del hombre a quien admira: Serguei. Lentamente, esta grata compañía comienza a transformarse en un enamoramiento pueril. Esto último la embriaga, y de hecho, la mantiene en un estado de alegría permanente.

Como es natural, pronto llegan las dudas. La joven no sabe si ese amor es correspondido, y comienza a ver que Serguei se distancia, como si no quisiera aceptar el afecto de María. De hecho, llega a preguntarse: «¿Por qué no me dirá sencillamente que me quiere? ¿Por qué complica las cosas y se las da de viejo, cuando todo es tan sencillo y encantador? ¿Por qué pierde un tiempo precioso, que tal vez nunca volverá? Que me diga: Te quiero. Que me lo diga con palabras. Que me tome la mano, que incline la cabeza y pronuncie: Te quiero» (1).

Serguei se muestra distante, frío, como si negara lo que su corazón siente. Como si le tuviera miedo a recibir el cariño de María, una muchacha que empieza a comprender el mundo.

Poco a poco, llega el momento en que este apego no puede ocultarse más. Serguei, después de muchas conversaciones con ella, tras compartir momentos muy íntimos, consejos y comidas en el jardín, termina mostrando lo que siente, más allá de un cariño amistoso.

Pero este sentimiento viene cargado de dudas, y así se lo hace saber Serguei a María: «Imagínese un señor… llamémosle A. Un señor viejo, y caduco, y una señorita B, joven, feliz, que no conocía a los hombres ni la vida. Por las relaciones existentes entre las dos familias, A ha tomado cariño, como a una hija, a la señorita B, sin figurarse que un día la querría de otra forma. (…) Pero había olvidado que B era demasiado joven, que la vida era aún un juego para ella, que era fácil quererla de otra forma y que eso le resultaría divertido. Y de repente se dio cuenta de que otro sentimiento, penoso como el arrepentimiento, invadía su alma. Y se asustó. Le dio miedo perder la antigua amistad» (2).

A María, aún inexperta en muchas cuestiones de la vida, no parecen importarle los problemas de la edad. Insta a Serguei a dejarse llevar por lo que siente, dejando atrás las preocupaciones.

Terminan casándose. Sin embargo, Tolstói no olvida cómo son las relaciones en el mundo real. Pronto, el vínculo entre ambos se torna frío, más complicado. Incluso triste y decepcionante. En ese punto, María nos dice: «De nuevo creí que en su alma había un mundo especial en el que no quería dejarme entrar. (…) Lo amaba como antes y era feliz con su cariño como al principio, pero mi amor se había detenido, no aumentaba» (3).

Y es que, con el paso del tiempo, la joven se da cuenta de que la vida junto a Serguei ya no le satisface. Su relación termina cayendo en un sinsentido, o mejor dicho, en una batalla absurda por mantener lo que fue ese primer amor.

Sin duda, es de necios luchar contra aquello que no puede ser de ningún modo. Por boca de María, Tolstói termina diciendo al lector que cada época tiene su amor y que es absurdo intentar repetir un determinado tramo de la vida.

Cada historia tiene su final, y ahora Serguei y María deberán besarse ya no como amantes, sino como viejos amigos.

Como podrán comprobar, esta fascinante novela narra una experiencia de la que todo ser humano ha formado parte: la de ese amor que crece para luego apagarse. Su lectura nos llega al corazón por algo tan simple como el hecho de que todos hemos sido alguna vez, de una forma u otra, Serguei Mijailovich y María Alexandrovna.

Notas

(1) Tolstói, Lev, La novela del matrimonio. Ediciones del Bronce. Traducción del ruso y notas de Irene y Laura Andresco, Barcelona, 1996, p. 40.

(2) Ibíd., p. 46

(3) Ibíd., p. 70

Copyright del artículo © Paula Sánchez Romero. Reservados todos los derechos.

Paula Sánchez

Estudiante de Filosofía en la Universidad de Barcelona y de Ciencias Religiosas en el Institut Superior de Ciències Religioses de Barcelona (ISCREB). Combina sus estudios con distintos seminarios (sobre todo de teología, en el Centre d'Estudis Cristianisme i Justícia) y forma parte del Seminario de Teología y Ciencias de Barcelona (STICB).