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«La muerte del metal» («The Metal Doom», 1932), de David H. Keller

El mundo del pulp fue muy amplio. Pero rico en autores, publicaciones e ideas como fue, no resulta fácil encontrar historias canónicas, obras de gran calidad que marcaran el medio o narraciones literariamente dignas de reseñar. Ello obedece a diversas causas: la brevedad de muchos de los propios relatos; una estructura editorial voraz cuya prioridad era rellenar a tiempo las páginas de sus publicaciones por encima de consideraciones literarias; autores que, por sí mismos u obligados por los editores, se conformaban con seguir tópicos de probado éxito…

Es por ello por lo que en este espacio a menudo dedico entradas a obras no porque necesariamente recomiende su lectura, sino porque sirven para introducir a autores, tendencias o ideas que de otra manera no tendrían oportunidad de aparecer en esta pequeña y personal historia de la ciencia-ficción que voy engranando poco a poco. No todos fueron Julio VerneH.G. WellsAldous Huxley u Olaf Stapledon. Es más, hasta la llegada de la Edad Dorada de la mano del editor John W. Campbell, la mayor parte de la ciencia ficción norteamericana se apoyó en artesanos de la pluma más o menos talentosos o más o menos originales, pero sin cuya aportación nada de lo que vino después podría haberse hecho posible. Uno de ellos fue David H. Keller.

La Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, la Guerra Que Acabaría con Todas las Guerras, dejó una profunda huella en los intelectuales europeos. La devastación, las muertes y mutilaciones, los nacionalismos, la incapacidad de los políticos y la sensación de que nada se había arreglado y que aún quedaban más horrores esperando a manifestarse, marcaron las vidas de quienes todo ello sufrieron y, por supuesto, la literatura que durante los siguientes años se hizo en el continente.

Sin embargo, la negra ola de pesimismo no alcanzó a Estados Unidos. Su aislamiento, tardía intervención en el conflicto y continuado crecimiento y avance tecnológicos que experimentaban los americanos, les separaron de sus aliados y enemigos del otro lado del Atlántico. David H. Keller (1880–1966) fue uno de los pocos escritores norteamericanos que sintonizó con el sentimiento de pérdida de los europeos, lo que puede explicar el pesimismo cultural que a menudo teñía sus historias, narraciones en las que la delgada y quebradiza capa de civilización dejaba al descubierto lo peor de la especie humana. Sin duda en ello también tuvo que ver su formación como psiquiatra, profesión que ejerció hasta 1928, reincorporándose como médico militar durante la Segunda Guerra Mundial.

Sus inquietudes literarias comenzaron a una temprana edad: con tan solo quince años publicó su primera historia en una revista popular. En 1928, envió a Amazing Stories un cuento de ciencia ficción: La rebelión de los peatones, una distopia en la que se avisaba de las consecuencias de la ya muy americana cultura automovilística. La narración impresionó al editor y propietario de la revista, Hugo Gernsback, quien se entrevistó con Keller y le animó a seguir escribiendo.

Gernsback continuó brindándole su apoyo cuando en 1929 perdió la cabecera de Amazing Stories y fundó Science Wonder Stories. El primer número de la nueva publicación –además de incluir por primera vez en la historia el término ciencia-ficción – incluyó una historia de Keller. Lo nombró editor científico asociado, editó su primer libro en 1929 y dio cabida a la mayor parte de su producción.

Lo que llamó la atención de Gernsback fue la habilidad de Keller para tratar en el formato de cuentos cortos temas más sofisticados que la descripción del maravilloso invento de turno o el encuentro con el consabido alienígena tan comunes en las revistas de la época. Sin embargo, Keller jamás mostró demasiado interés por dotar a sus ficciones de un desarrollo mínimamente plausible, lo que hacía que una idea con gancho acabara derivando hacia lo absurdo o lo incoherente. Aunque esto no era ningún problema para Gernsback, acostumbrado a cardar mucha mediocridad de entre todo el material que le llegaba.

En su primera novela, Las termitas humanas (1929), ya aparecían algunos elementos distópicos destilados de los horrores vividos en la Primera Guerra Mundial. En La muerte del metal (The Metal Doom, mayo–julio de 1932, Amazing Stories), una avanzada civilización llega a su final cuando todo el metal comienza a oxidarse. Es un relato previsible narrado en un estilo fluido pero poco estimulante.

Su actitud crítica hacia la ciencia y la civilización se combinaba con sus tendencias anti–feministas, ultraconservadoras y racistas en la serie de relatos conocida como la secuencia de Taine de San Francisco y publicados entre 1928 y 1947. En particular, el sadismo sexual que destila uno de ellos, La metamorfosis femenina (agosto de 1929, Wonder Stories), repele y confunde al mismo tiempo, puesto que poco antes Keller había publicado una colección de diez volúmenes que trataban en forma de ensayo asuntos relacionados con el sexo y en los que mostraba una actitud moderada y razonable (aún más adelante, entre 1933 y 1938, sería el editor de la revista Sexology).

Su ciencia ficción siguió sirviéndole de vía para sacar a la luz su lado más oscuro. Por ejemplo, en Vida eterna (julio-agosto de 1934, Amazing Stories), la raza humana debe elegir entre una inmortalidad sana y aséptica y la fertilidad (elige lo último). En Los cazadores solitarios expone la fragilidad de la psique humana al eliminar nuestras represiones; en El abismo, la adición de drogas en los chicles provoca una degeneración de la especie.

Hacia 1935, su bibliografía de ciencia-ficción ya acumulaba medio centenar de historias. A partir de entonces, su producción fue más errática y centrada en el terror y la fantasía, etapa que se considera en general de mayor interés pero que por su temática escapa a un más extenso comentario aquí.

Fueron años de intensa actividad literaria para Keller, pero por desgracia el mundo del pulp –especialmente si se trabajaba para el avaro Gernsback– no era particularmente lucrativo para los autores. Además, su popularidad declinó al tiempo que comenzaba la Edad Dorada de la Ciencia Ficción, cuya visión brillante del futuro él no compartía. Así que, para ganarse la vida, terminó abriendo una pequeña clínica psiquiátrica en las afueras de su residencia en una localidad de Pensilvania.

Puede que hoy su estilo nos parezca algo primitivo y tosco y que sus ideas resulten algo pesimistas, pero sin duda la rica capacidad inventiva de Keller y su aproximación a la naturaleza y la mente humanas, más compleja de la que habitualmente podía encontrarse en los pulps, merecen más atención de la que normalmente se le presta.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".