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Heródoto y Tucídides

Heródoto y Tucídides, dos historiadores frente a frente

Daniel Tubau se pregunta en este artículo por las diferencias y peculiaridades de dos titanes de la historiografía clásica, Heródoto y Tucídides

En lo que sigue no se pretende decidir si el mejor historiador de la Antigüedad es Heródoto o Tucídides, entre otras cosas porque también habría que contar, refiriéndonos sólo a los griegos, con Polibio.

Desde el punto de vista formal parece muy difícil negar la palma a Tucídides, pues se admite de manera casi unánime la superioridad científica de su método histórico. Así que, sin demasiadas reticencias, le concedo el triunfo en este terreno a Tucídides, fiándome de la fama y prestigio que le rodean, una fama que, según Momigliano, se remonta a la Revolución francesa, pues hasta entonces se consideraba superior a Polibio.

Tan sólo incidentalmente se tratarán aquí cuestiones de metodología en la comparación entre ambos autores. Lo que pretendo discutir no es el carácter científico de Heródoto o Tucídides sino sus respectivas ideologías, entendidas en un sentido plenamente político: sus ideas políticas.

Se pretende también, y este es el verdadero motivo de esta modesta investigación, confirmar o refutar algunas opiniones que expresé de manera aventurada y que ahora enumero, confiando en el nebuloso testimonio de mi memoria.

A saber:

(1) Que Tucídides es un hombre de partido, un historiador parcial, a pesar de sus declaraciones de neutralidad, que su partido era precisamente el más reaccionario del momento, es decir, el oligárquico, el de los ‘menos’ y, en consecuencia, que a Tucídides no le gusta la democracia como sistema político, y que si admira a Pericles es porque lo considera un gran hombre y no por ser un producto y un adalid de la democracia.

(2) En cambio, Heródoto sí aprecia la democracia y es probablemente el historiador más imparcial, en la medida de lo humanamente posible (y, obviamente, con la salvedad de esta toma de partido por la democracia) de la Antigüedad, y tal vez de toda la historia. Es Heródoto, además, y a pesar de sus simpatías por Atenas, un cosmopolita que respeta tanto a griegos como a bárbaros, y deplora su enfrentamiento.

(3) Acerca de Tucídides también dije que admiraba a Esparta por su sistema político, a pesar de que la guerra le obliga a considerarla su enemiga, como buen patriota que era. Si era pacifista (y esto no sé si lo dije, pero si lo pensé, o lo pienso ahora), era porque consideraba una desgracia para Atenas, para Esparta y para la unidad griega o el imperio ateniense, esa guerra. Desde cierto punto de vista no hay nadie que no sea pacifista; también Napoleón dijo: “La paz no se puede construir sobre las bayonetas”.

Una vez establecidas las bases y los motivos que me llevan a hacer esta apresurada, y sin duda superficial, investigación, consideraré qué estructura se le puede dar.

Tucídides y su época

Tucídides nació hacia el año -460. Por familia estaba emparentado con los círculos conservadores de Atenas. Se relacionó con Anaxágoras y con el sofista, o con el orador, Antifonte, aunque, como se verá más adelante, hay dudas acerca de la identidad de este Antifonte.

En -424 fue elegido como uno de los diez estrategos y enviado a defender las plazas atenienses de las costas de Tracia. Fracasó en la defensa de Anfípolis y fue condenado por el pueblo ateniense a pasar veinte años en el exilio. Sin embargo, he leído en su obra, La guerra del Peloponeso: “Fui exiliado por diez años”.

M.I. Finley traza este retrato de Tucídides: “Evidentemente, carecía de humor y no era muy simpático. Fue un pesimista escéptico, superiormente inteligente y, en apariencia, frío y reservado, pero con fuertes tensiones interiores que en ocasiones se hacen sentir bruscamente, en discordancia con el tono impersonal de su texto, en ciertas observaciones feroces y fustigantes».

Roussel, que lo considera “quizá el más grande historiador de todos los tiempos”, o “en todo caso el más importante”, admite que en él se percibe “una inteligencia altanera y hasta brutal, la de un hombre que, al no haber podido dirigir él mismo, después de Pericles, los asuntos de Atenas, se empeñó en dominar mediante el pensamiento los sucesos y las conductas humanas de que era testigo”.

La mayor guerra que el mundo ha conocido

Cuando Tucídides se dispone a contar la guerra entre los espartanos y los atenienses, parte de dos premisas, de las que quizá no es del todo consciente o que considera tan obvias e indiscutibles que ni siquiera les da importancia.

La primera premisa es la de  la supremacía absoluta de la cultura a la que pertenece, la griega, sobre cualquier otra. Plutarco no podrá condenar a Tucídides por lo que condenó a Heródoto, por ser filobárbaro, por sus simpatías hacia los no griegos, por su no declarada pero evidente preferencia por héroes de integridad plena, como el troyano Héctor, su esposa Andrómaca o su padre Príamo, frente a los caprichosos, mentirosos, soberbios o fatuos que pueblan las filas de los aqueos: Aquiles, Ulises, Agamenón, Áyax.

Su segunda premisa es que la guerra que va a contar es la mayor que jamás ha tenido lugar, una afirmación que llevó a Harder a opinar que Tucídides “padecía una especie de daltonismo histórico que le hacía ver como menos importante todo lo anterior a su época”.

En ese “todo lo anterior” se encuentra, por supuesto, la guerra de Troya, que contempló la gran coalición de todos los estados griegos contra un reino asiático, la guerra de los Siete contra Tebas, en la que la capital beocia fue atacada por siete caudillos griegos, anterior en una o dos generaciones a la de Troya; pero también todas las guerras contadas por Heródoto en sus historias, de egipcios, persas o asirios, e incluso las Guerras Médicas entre griegos y persas.

Ahora bien, quizá Tucídides no exageraba en su afirmación, pues, si tenemos en cuenta los conocimientos de la época acerca del pasado, la guerra entre el imperio ateniense y Esparta y sus aliados alcanza unas dimensiones comparables quizá no en extensión, pero sí en estrategia y poderío militar a las guerras de conquista persas. Esta idea se ve reforzada por la certeza de que la guerra entre Atenas y Esparta enfrentaba a quienes, como aliados, habían ya detenido la invasión persa en repetidas ocasiones y habían acabado por imponer sus condiciones a aquel poderoso imperio que se extendía por medio mundo conocido.

Eso sí, la afirmación de Tucídides acerca de lo incomparable de esta guerra, sí parece escrita cuando ya la guerra arquidama se había convertido en una guerra total, que implicaba a estados y ciudades de todo el Mediterráneo, desde Sicilia e Italia hasta toda la costa de Asía Menor. Posiblemente, con el desarrollo del conflicto, Tucídides se dio cuenta de que se encontraba ante algo mucho mayor que un enfrentamiento puntual entre Atenas y Esparta.

Leyendas perdidas

Al comenzar esta investigación y examinar las razones para considerar mejor historiador a Tucídides que a Heródoto, consideré un detalle que después he visto señalado por otros autores, lo que me ha alegrado mucho, a pesar de ser algo evidente para cualquiera: Tucídides se dispone a contar acontecimientos contemporáneos; Heródoto, excepto en la última parte de su obra, relata acontecimientos anteriores a su nacimiento.

La ventaja de Tucídides es, en este sentido, colosal, porque se podría decir que el ateniense no está haciendo historia, no se refiere en su Guerra del Peloponeso al pasado, sino al presente. Sin el más mínimo matiz despectivo, Tucídides es el primer gran periodista, no el primer gran historiador. Su obra se ha convertido en historia debido al paso del tiempo, pero en cierto modo no lo era en su concepción original.

Momigliano dice respecto a esto: “Tucídides leyó (o escuchó) atentamente su Heródoto y decidió que la forma heredotea de afrontar la historia era peligrosa. Para escribir historia en serio era necesario ser contemporáneo de los hechos en discusión… la historia seria, según Tucídides, no se ocupaba del pasado, sino del presente “.

El influjo posterior de Tucídides tuvo la consecuencia, en mi opinión bastante lamentable, que sus sucesores “hicieran poquísimas investigaciones sobre el pasado y se dedicaran relativamente en raras ocasiones a recoger testimonios de primera mano sobre países extranjeros”. Debido a ello, hemos perdido muchas informaciones que hoy en día, combinadas con los descubrimientos de los arqueólogos, serían fundamentales. Informaciones que quizá nosotros, como ha sucedido con algunas de las “curiosidades” contadas por Heródoto, sabríamos ahora interpretar y esclarecer mejor que ellos mismos, ya que nosotros poseemos datos que ellos ignoraban o que no pudieron situar en un contexto razonable, gracias a nuestro conocimiento de la historia universal y los hallazgos de la arqueología. A cambio, hemos perdido esos testimonios parciales, quizá confusos, quizá deformados, pero también iluminadores, que aquellos historiadores sí tenían a su alcance y que, por su afán de ceñirse al conocimiento seguro, despreciaron.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, y 'Manual estoico de vida', una reinterpretación de los textos de Epicteto.
Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guion del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guion, literatura y creatividad en España y América.