El pintor, músico y escritor surrealista Eugenio Fernández Granell (1912-2001) se sintió tempranamente atraído por el trotskismo. Desde 1935, militó en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Durante nuestra guerra civil, pese a su defensa de la causa republicana, padeció el mismo destino que otros militantes del POUM: una feroz persecución por parte de los estalinistas.
Granell pudo exiliarse, librándose así del horror que padecieron otros compañeros suyos. Por ejemplo, Andreu Nin, torturado y asesinado en junio de 1937 por un Partido Comunista que era un mero títere de Stalin.
La Fundación Andreu Nin reproduce un excelente texto de Granell, «Los silencios de Alberti», publicado en España libre (mayo-junio de 1977) y luego incluido en la antología Ensayos, encuentros e invenciones (Huerga & Fierro, 1998).
Dice así: «Miles de españoles no comunistas cuyas visas rechazó firmar [Pablo] Neruda en el consulado chileno de París, en 1940, no asistieron al alimón Alberti–Neruda (fúnebre recordatorio del de Lorca y Pablo, éste vivo aún y aún no vivales). Abandonados en Francia por Neruda, sucumbieron a la bestialidad nazi aliada con el estalinismo. Alberti no repudió públicamente el pacto Hitler–Stalin. Tampoco se sabe ‒lo que es raro, siendo él tan mundial, al menos entre la secta comunista‒ que haya denunciado las persecuciones y asesinatos de republicanos, socialistas, anarquistas y poumistas perpetrados por su partido durante la guerra civil. Ni que haya alzado la voz contra el secuestro y tortura (despellejándolo vivo), de Andrés Nin, luego asesinado por los chekistas españoles y rusos en Alcalá de Henares. Alberti no deploró el exterminio de todos los camaradas de Lenin, ni lo alteró el asesinato de Trotski por un miembro español de su partido. Ni el fusilamiento, en Madrid, del profesor José Robles, poeta y dibujante, ordenado por los generales rusos. Ni los asesinatos de los anarquistas y socialistas europeos Camilo Berneri, Mark Reim, Kurt Landau y muchísimos más. Ni las acciones brutales del carnicero de Albacete, André Marty, contra las Brigadas Internacionales. Ni los maltratos infligidos a los niños españoles refugiados en Rusia, muchos de ellos fusilados. No publicó Alberti su protesta por el aplastamiento de la insurrección húngara. Ni por la invasión de Checoslovaquia (decírselo en casa a algún amigo no vale). Ni por el internamiento de intelectuales, poetas y científicos en las siniestras clínicas mentales de la cheka soviética. Ni por la infame persecución que llevó a la tumba a Pasternak. Ni por la reclusión y los maltratos sufridos ‒entre tantos otros‒ por la poetisa Natalisa Gorbanevskaya. Ni por el encarcelamiento y las torturas que han convertido al poeta cubano Heberto Padilla en una piltrafa, etc., etc., etc.»
Y añade: «Alberti permanece olímpicamente impávido ante la rueda de horrores que acumula el régimen más ignominioso de la historia humana, al cual se unció. (…) No se sabe, entonces, a qué vienen las adhesiones a este hombre si no están urdidas por la Poderosa máquina de su organización. Uno se aferra a creer que aún existe un alto nivel de dignidad humana. Y asimismo, el coraje indispensable para disociarse de los contubernios perpetuadores de la bruma que ampara la burla y el exterminio de la libertad».
Eugenio Granell fue catedrático de literatura española en el Brooklyn College de Nueva York. A la importancia de su obra literaria hay que sumar su legado artístico, que hoy puede admirarse en la Fundación Eugenio Granell, abierta en Santiago de Compostela en 1995.
Imagen superior: Iberia.
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