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«Eso no estaba en mi libro de Historia de la Ciencia», de Eugenio Manuel Fernández

Riesgos, sacrificios, proximidad a la muerte… ¿Con qué fin? ¿Quizá para acostumbrarse al peligro y ser admirados por ello? No, sin duda. En realidad, esas tres condiciones ‒por mucho que ahora les sorprenda‒ también sirven para dedicarse a la ciencia.

El problema es que ya nadie recuerda que la actividad científica tiene su propia nómina de mártires y suicidas. Se dirá que la equivalencia entre laboratorio y funeral data de fechas muy lejanas. Más en concreto, de aquella época en que determinados experimentos eran algo así como la cuenta atrás de un explosivo. Sin embargo, incluso en la actualidad es posible leer esquelas en las que se detalla la mala fortuna de un estudioso, sorprendido por un accidente… o por alguna desdicha bastante menos fortuita.

Si un investigador se tropieza hoy con la Parca en medio de su actividad, pensaremos que él o ella tuvieron que pagarle al destino un precio que nadie esperaba. Sin embargo, la realidad es poco predecible, y no son escasos los investigadores que asumen riesgos muy notables en su tarea, por sedentaria que esta nos parezca.

Como sucede con otras actividades relacionadas con la innovación y el descubrimiento, quien no entienda este juego solo puede rechazarlo o admirar sin reservas a quienes lo practican.

En su espléndido libro, Eugenio Manuel Fernández nos da razones suficientes para asombrarnos con un amplio catálogo de figuras científicas: un repertorio cuyo punto de referencia ‒seguramente ya lo han adivinado‒ es su proximidad al abismo y su mala pata.

Con una amenidad admirable, el autor de Eso no estaba en mi libro de Historia de la Ciencia nos guía por esta galería sorprendente, en la que, como sucede en las novelas de intriga, cada fallecimiento suele tener una razón inesperada, pero no precisamente casual.

Al concluir la lectura de esta obra, uno siente que suele haber una consecuencia negativa en el éxito. Cada uno de los personajes que aparece en el libro ‒científicos heroicos, sabios descuidados, kamikazes involuntarios, o simplemente, víctimas de la peor de las suertes‒ nos permite entender el alcance de ese raro fenómeno. Hay quien lo llama la desgracia del pionero, pero en realidad, no es otra cosa que una genuina expresión de los riesgos que siempre ha entrañado el dominio científico de la naturaleza.

Sinopsis

La historia de la ciencia atesora muerte por doquier, y no, los libros de historia no nos la suelen desvelar: científicos con prometedoras carreras truncadas por experimentos fallidos con desenlaces fatales, hórridos accidentes, asesinatos viles, además de envenenamientos, ejecuciones de toda clase, enfermedades exóticas, sobredosis de sustancias estupefacientes, mordeduras de ofidios ponzoñosos, caídas por precipicios, suicidios… Eso no estaba en mi libro de Historia de la Ciencia es una crónica negra veraz —con unas gotas de humor cuando es preciso—, con los protagonistas de esta disciplina como nunca antes se habían presentado a los lectores.

«Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar», decía el matemático francés Joseph-Louis de Lagrange a su colega Jean-Baptiste J. Delambre tras la ejecución del célebre químico Antoine Lavoisier en la guillotina. Por su parte, Pierre Curie —Premio Nobel de Física en 1903 junto a su esposa Marie— falleció atropellado por un coche de caballos, a los 46 años, y con mucho trabajo por terminar. El celebérrimo Arquímedes de Siracusa murió anciano, pero por una muerte poco natural, pasado a espada por un soldado romano. Karen Wetterhan, experta en intoxicaciones por metales pesados, murió en 1997 tras experimentar con uno de ellos, el mercurio. La lista es interminable.

Muchos son los científicos que han tenido vidas desgraciadas, que han sufrido accidentes, que han padecido enfermedades fortuitas, que han sido ejecutados, apuñalados, ahorcados, despeñados, o mordidos por algún bicho mortífero; y, para que cunda el pánico pero no caer en depresión si algún lector es científico, hemos salvado —en el último momento— a alguno de estos hombres y mujeres de la Ciencia… pero por muy poco.

Eugenio Manuel Fernández Aguilar es Licenciado en Física y profesor de secundaria en Rota, Cádiz. Ha participado en algunas antologías y, en solitario, ha publicado varios libros de divulgación científica, entre los que se encuentran tres biografías científicas traducidas al italiano, francés y ruso: La conspiración lunar ¡vaya timo! (Laetoli), Arquímedes (RBA, NG), Ampère (RBA, NG) y Boyle (RBA, NG). Es autor del equipo de autores de libros de textos de ciencias de secundaria en Algaida-Anaya y también ha participado en antologías de poesía. Mantiene los blogs «Ciencia en el XXI» (de carácter general y personal) y «Ciencia en negro» (sobre historia de la ciencia en la red Naukas).

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.