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«El hombre corriente», de Gilbert Keith Chesterton

En soberbia traducción de Abelardo Linares, sale de imprenta este libro de Chesterton, el último que el viejo león llegó a corregir antes de abandonar este ruidoso mundo. Los ensayos y artículos que en él se reúnen llevan la divisa del escritor inglés: reflexiones cargadas de una energía casi subversiva, anécdotas inesperadas, análisis que parece imposible escribir con mayor propiedad, y a modo de colofón, la denuncia de tópicos y simplezas que debieran ser definitivamente erradicados.

Fue Borges quien definió mejor que nadie la prosa del escritor londinense: «No hay página de Chesterton –escribe– que no contenga un deslumbramiento». ¿Exagerado? En absoluto. Lean El hombre corriente y tendrán la oportunidad de comprobarlo.

La diversidad de temas es tan estimulante como abrumadora. Resulta difícil elegir la pieza más cotizada: después de enfocar El sueño de una noche de verano bajo una nueva luz, Chesterton reflexiona sobre los monstruos de la Edad Media, la utilidad de los novelistas, el patriotismo, los peligros de la nigromancia y la risa como tema de discusión.

La densidad cultural de los asuntos elegidos contrasta con la simpatía del tono empleado. Así, el escritor pone su ingenio al servicio de autores como Henry JamesElizabeth Barreth BrowningDickens o Tolstoi, e incluso se plantea retos históricos en forma de What If?: por ejemplo, ¿qué hubiera ocurrido en Europa si Don Juan de Austria se hubiera casado con la reina María de Escocia?

En un mundo que gira cada vez más deprisa, en el que cualquier asomo de excelencia parece aspirado por vertiginosas corrientes de mediocridad, leer a Chesterton nos reconcilia con la lucidez y con la audacia intelectual. Por si ello no fuera ya bastante, otra de sus ventajas es el estilo: luminoso, ocurrente, paradójico, siempre jovial, amasado con el vocabulario de la felicidad.

Otro rasgo de Chesterton es su permanente vigencia. Lean, por citar un ejemplo, el siguiente párrafo, y díganme si no podría aparecer en el periódico de hoy: «Hay dos tipos de vandalismo, el negativo y el positivo; el de los vándalos del mundo antiguo, que destruyeron edificios, y el de los vándalos del mundo moderno, que los erigen (…) Puestos a elegir entre dos cosas malas, es mejor ser el bárbaro que destruye algo que por algún motivo le disgusta o no comprende, y a quien sin embargo pueden gustar sinceramente otras cosas que comprende, antes que ser el hombre vulgar que erige algo exactamente expresivo de lo que le gusta, y con ese acto, levanta una imagen colosal de la estupidez de su alma».

Ahí lo tienen. El chestertonismo nunca defrauda y ha llegado el momento de disfrutarlo de nuevo.

Sinopsis

«Suele escribirse –señala Abelardo Linares– que el Chesterton más divertido y discutidor fue el juvenil y primero, el de antes de su conversión al catolicismo. Equivocadamente. Chesterton fue Chesterton desde el principio, pero también hasta final. Así lo demuestra El hombre corriente (1936), el último de sus libros, o al menos el último del que corrigió pruebas, y que apareció unos pocos días después de su muerte. Y también uno de los más combativos y retadores, e incluso puede que el más quijotesco entre los suyos, por su afán en arremeter contra los molinos de la modernidad; de la modernidad entendida como un molino de viento.

Chesterton defiende o ataca en estas páginas al hombre corriente, el nudismo, la vulgaridad, los grandes tontos, nuestra idea del progreso o de la educación, el patriotismo… y nos dice cosas como que existen dos tipos de vándalos: los antiguos, que destruían edificios; y los modernos, que los construyen.»

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.