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Crítica: «La gran belleza» (Paolo Sorrentino, 2013)

El reciente estreno madrileño de La grande bellezza, el filme de Paolo Sorrentino, me permite referirme a un fenómeno pseudocrítico, bisnieto del esnobismo decimonónico, bastante habitual en nuestros medios y que bautizo en estas líneas como efecto susto.

La película me parece mala, muy mala. Me produjo el disgusto del espectador que se pasa dos horas y media en la sala oscura esperando que empiece la historia prometida. Y ni caso, compañeros.

Gran belleza, desde luego, la hay, como la puede haber en una exposición de tarjetas postales o en un filme de propaganda turística acerca de la ciudad más hermosa del mundo –yo pecador admito que decir esto es una machada, pero bueno– que es Roma. Para colmo, iluminada de noche en todo el esplendor de sus monumentos, sus ruinas, sus palacios, sus iglesias, sus calles mojadas, sus fuentes incesantes e incansables, y hasta unos interiores y jardines que, por ser privados, escapan al husmeo del visitante. Item más: unas señoras de campeonato, vestidas o desnudas, y unos señores elegantísimos que van a terrazas elegantísimas, restaurantes elegantísimos y puticios más o menos acicalados pero igualmente elegantísimos.

El guión es calamitoso y no hay UVI que lo salve. Es una colección de escenas inconclusas, de personajes sin desarrollar, de historias interruptas, todo aderezado con una retórica trasnochada y falsamente decadente, prosopopéyica y pedante, aleccionadora y aforística, acerca de la vacuidad de un mundo rico que ha perdido las nociones de historia y de sentido pero que sigue gesticulando como si las poseyera todavía.

A los chicos de cierta edad nos recordó la felliniana Dolce vita, un mamotreto desigual pero que, al menos, estaba escandido en episodios reconocibles. Como ésta, la de Sorrentino es un decorado cuidadoso que espera una representación que no llega. Y si en Fellini el genio operístico podía servirnos un cuadro convincente en la narración del milagro bajo la lluvia, en su imitador ni por ésas.

¿Cuál es el efecto susto? Que ciertos críticos y cierto público que los copia, se asustan al ver tanta cosa estética amontonada, con la imponencia imperial de una ciudad museificada y aderezada para el goce visual. Y Armani y Gucci. Y una ironía cínica y rasante que puede disfrazarse de crítica social. Y un lenguaje sexual del que malamente se llama descarnado porque, en realidad, está colmado de alusiones carnales muy directas. Y no vaya a ser que uno diga que esto es una paliza y pase por ignorante y por palurdo, que siempre queda bien celebrar los rollos ceremoniosos. En fin que, si se me permite el consejo y el lector o la lectora se arriesgan a verla, que pierdan el miedo y no se acoquinen ante la amenaza de la Gran Belleza, la de BerniniBramante y Sangallo, que no muerde.

Sinopsis

Roma, un verano en todo su esplendor. Los turistas acuden en masa a la colina Janículo: un visitante japonés se desvanece al observar tanta belleza. Jep Gambardella (Toni Servillo) es un hombre atractivo y seductor irresistible, que te hace ignorar sus primeros signos de envejecimiento. Jep disfruta al máximo de la vida social de la ciudad. Asiste a cenas y fiestas chic, donde su ingenio y deliciosa compañía son siempre bienvenidos. Periodista de éxito y seductor innato, escribió una novela de juventud con la que consiguió un premio literario y su reputación de escritor frustrado. Esconde su desencanto tras una actitud cínica que le lleva a ver el mundo con cierta lucidez amarga.

En la terraza de su apartamento en Roma, con vistas al Coliseo, organiza fiestas donde el aparato humano título de su famosa novela se muestra en toda su desnudez mientras se desarrolla la gran comedia de la nada. Cansado de su estilo de vida, Jep sueña con volver a escribir, aferrándose a las memorias de un joven amor en el que sigue anclado. ¿Lo conseguirá? ¿Será capaz de sobrevivir a esta profunda repulsión que siente hacia sí mismo y hacia los demás, en una ciudad cuya belleza, a veces, lleva a la parálisis?.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")