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Crítica: «Guardián y verdugo» (Oliver Schmitz, 2016)

El título original de la película (Shepherds and Butchers) nos habla de “pastores y matarifes”, y de los problemas que suelen crearse cuando una misma persona ejerce ambas profesiones. En este caso, un funcionario de prisiones adolescente cuya humanidad es destrozada al tener que guardar (cuidar, en cierto modo) y luego acompañar al patíbulo a cientos de presos.

El film se posiciona claramente en contra de la pena de muerte, pero va más allá del simple alegato. Esto es una virtud, ya que las películas con un discurso único en contra o a favor de algún tema específico terminan cayendo en el error de predicar a conversos, sin demasiada efectividad real.

El sudafricano Oliver Schmitz rueda la película con una frialdad acertada, que evita el sensacionalismo o los excesos melodramáticos que puedan nublar el cerebro del espectador. En este sentido, Guardián y verdugo plantea preguntas y puntos de vista, más que sermones.

El film utiliza con suma corrección el formato clásico del drama judicial, siempre sólido, pero no incide en el enfrentamiento entre defensa y acusación, ya que se da por hecho por ambas partes que el acusado es culpable desde el principio. Aquí lo importante son las causas del asesinato múltiple, que se van revelando a través del también tradicional método de los flashbacks (Por cierto, bastante duros. En ellos el sonido juega un papel fundamental, amplificando los ruidos más desagradables).

El gran Steve Coogan, apartándose del registro cómico que le ha dado fama mundial, encabeza un reparto en el que no hay lugar para los histrionismos ni la falsedad. Todos los actores resultan creíbles en sus papeles, a pesar de lo sencillo que sería caer en los “numeritos para el Oscar”.

Más allá del posicionamiento en contra de la pena de muerte, o del retrato de la intolerable Sudáfrica del apartheid, el film explora los males de convertir a las personas en meras herramientas o números, y no sólo por parte de los malos de la película. En una ocasión, el socio del protagonista (un abogado activista contra la pena de muerte), le acusa de olvidarse de las víctimas de los condenados, de olvidar las caras y personas reales que hay detrás de los datos o los grandes ideales. Es más, el abogado incluso provoca daño psicológico a su defendido para lograr sus objetivos.

Guardián y verdugo es una cinta que mueve a la reflexión y nos invita a conversar acerca de ética, derechos humanos y todos esos temas que terminan dando dolor de cabeza, pero que no nos podemos permitir el lujo de dejar en manos de otras personas.

Sinopsis

Sudáfrica, 1987. Cuando Leon (Garion Dowds), un vigilante de prisiones de 19 años comete un inexplicable acto de violencia –matar a siete hombres negros acribillados a bocajarro–, el resultado del juicio y la sentencia del tribunal parecen una conclusión inevitable.

El activista pro derechos humanos John Weber (Steve Coogan) es el único abogado que se alzará en defensa del joven, en lo que parece un caso imposible de ganar, sin esperanza alguna.

Apasionado detractor de la pena de muerte, John descubre que el joven Leon llegó a trabajar en el corredor de la muerte de la cárcel más importante de la nación, donde en un solo año se llevaron a cabo 164 ejecuciones.

Inspirada en hechos reales, el caso proporciona a John la oportunidad de poner en tela de juicio un completo sistema de asesinatos avalados por la ley, así como de exponer las condiciones traumáticas que llevaron al colapso de Leon: su papel dual de amigo y de ejecutor a la vez (guardián y verdugo) de los hombres a los que ayudó a morir.

Guardián y verdugo está basada en la galardonada novela homónima sudafricana escrita por Chris Marnewick, un antiguo abogado de Durban que ha llenado las páginas de su libro con información real y contrastada acumulada a lo largo de sus años como abogado defensor de condenados a muerte.

El elogiado por la crítica y multipremiado director Oliver Schmitz (Life, Above All) firma la adaptación a la gran pantalla de la historia escrita por el guionista y productor Brian Cox.

El actor británico nominado al Oscar Steve Coogan (Philomena) encabeza el reparto en el papel del abogado defensor John Weber, quien debe enfrentarse a la fiscal del Estado Kathleen Marais, interpretada por la también británica Andrea Riseborough (Birdman), en una intensa batalla judicial por salvar a un reo de 19 años que aguarda en el corredor de la muerte (el actor emergente sudafricano Garion Dowds) de una ejecución segura por haber matado a siete hombres negros. Otros de los intérpretes sudafricanos son: Eduan van JaarsveldMarcel van HeerdenDeon LotzRobert Hobbs y Sylvia Mdunyelwa.

La cinta, rodada en Ciudad El Cabo, está producida por Anant Singh (Mandela. Del mito al hombre) y Brian Cox (Kite).

Guardián y verdugo retrata la ejecución legal con un nivel de detalle desgarrador y sin precedentes, revelando el devastador impacto que ejerce en todos los que están implicados –los condenados que ven la muerte inminente cara a cara, los trabajadores del corredor de la muerte y del sistema judicial, y las familias y seres queridos tanto de los presidiarios como de sus víctimas. Presentando ampliamente ambos lados de la disputa a favor y en contra de la pena de muerte, el filme obliga inexorablemente al espectador a enfrentarse al acto de quitar la vida a alguien por orden del Estado.

Notas del director

«Es una película sobre un joven engullido por la sociedad, instruido para matar y luego abandonado a su libre albedrío», explica Oliver Schmitz, «también trata mucho sobre el Apartheid, pero igualmente podría tratarse de cualquier parte del mundo, donde a un chico en situación de guerra se le da una pistola, se le dice que mate a alguien y luego se le dice que vuelva a casa como si nada. Pues no funciona».

«Lo que encuentro más fascinante de esta historia es que muestra lo que le sucedió a una generación de sudafricanos blancos. Sí, tanto ellos como nosotros somos cómplices de alguna manera en esta sociedad, y tenemos que hacérnosla nuestra. Sin embargo, estos chicos recibían órdenes del gobierno y se les mandaba a la guerra de Angola, o a las townships (las ciudades de negros) con pistolas, o a cárceles como estas y se les enseñaba a matar a otras personas. Aquellos trabajos, les gustaran o les traumatizaran, detenían sus vidas normales y les hacían enfrentarse a sus familias. No se les permitía hablar de lo que hacían en sus empleos y se les obligaba a cortar de raíz y reprimir sus emociones, y a menudo se volvían agresivos. A estos asesinos ‘oficiales’ se les dejaba tirados con sus inevitables efectos psicológicos, no se les permitía buscar terapia y algunos llegaban a suicidarse».

«En esta historia ficticia, uno de los vigilantes, Leon Labuschagne, se ve inmerso en una incidencia de tráfico y mata a siete personas porque es la cantidad de condenados que se ejecutaban cada vez –o sea que hay un motivo. Realmente se trata de lo que les pasó a ellos, pero con un interrogante planeando alrededor –es una parte muy importante de la historia de Sudáfrica. En aquel tiempo, la generación más joven que trabajaba en puestos gubernamentales no tenía opción alguna: la generación mayor les instruía sobre lo que tenían que hacer para reforzar aún más la sociedad del Apartheid».

«Nada más terminar sus estudios, Leon no quiso ir a Angola a luchar en el frente, de modo que acabó trabajando en el corredor de la muerte, así que irónicamente no se libró de participar en la muerte de otras personas. En la historia había espacio suficiente para plantear la duda sobre hasta qué punto aquel proceso le gustaba o le creaba adicción. Hablando actualmente de antiguos vigilantes está claro que aquello les enganchaba».

«Aquí se presenta un dilema moral –no es solo aquello del ‘no matarás’; sería más bien ‘no te enseñarán a matar’. Así pues, ¿cómo cuentas una historia sobre alguien que, a la vez que mata gente, es también una víctima en sí?».

«Aparte de trabajar con un material y con unas imágenes brutales, con la inhumanidad y con la horca, los retos han surgido también en hacer que la historia sea tangible, en como hacer que el juzgado y el corredor de la muerte trabajen juntos, y en como encontrar el dilema moral en los personajes principales. Tuvimos que buscar la manera de juntar todos esos elementos».

«Será una película tan compleja como esperaba que fuera. De todos mis filmes, este ha sido el mayor desafío de todos, pero también la experiencia más intensa».

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Distant Horizon, Videovision Entertainment. Cortesía de Filmax. Reservados todos los derechos.

Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).