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Crítica: «Figuras ocultas» (Theodore Melfi, 2016)

Basada en el ensayo biográfico de Margot Lee ShetterlyFiguras ocultas nos narra una etapa apasionante en la vida de tres mujeres afroamericanas que en 1961 unieron su destino al de la carrera espacial.

Dicen que el estilo es lo que define a una película, pero hace mucho que los espectadores de la vieja escuela aprendieron que el estilo no es otra cosa que pura emoción. De ahí que la sonrisa, la inquietud o la lágrima le ganen siempre el pulso a un truco de encuadre o a un insólito movimiento de cámara.

Figuras ocultas es un film emocionante. Y lo consigue, en un guiño al cine clásico, recurriendo a todas esas convenciones que nos descubrió el Hollywood de antaño: una historia sólida, bien contada, una realización que no se hace notar, y sobre todo, personajes llenos de encanto, reflejo de virtudes admirables ‒por ejemplo, la bondad o la perseverancia‒ y sometidos a grandes desafíos, tanto íntimos como colectivos.

Será viendo Figuras ocultas como sabremos que la NASA, antes de consolidarse, fue el escenario de hazañas científicas sin igual. Hazañas en las que tuvieron un papel distinguido tres mujeres: las matemáticas Katherine Johnson y Dorothy Vaughan, y la ingeniera Mary Jackson, encarnadas fabulosamente por Taraji P. HensonOctavia Spencer y Janelle Monáe.

La película de Theodore Melfi proyecta una mirada sincera hacia el pasado de la conquista del espacio, pero también nos ofrece la crónica de la lucha por los derechos civiles desde una perspectiva inusual: la relacionada con la vanguardia tecnológica de aquellos años.

Sencilla y sin alardes innecesarios, lo único que necesita Figuras ocultas para atrapar al público es la simpatía de su trío protagonista y el talento de los actores secundarios: un carismático Kevin Costner y unos impecables Mahershala AliKirsten Dunst y Paul Stafford.

Asuntos tan graves como el racismo o el machismo pueden ser abordados con un gesto más solemne, pero en el caso de este largometraje, esa denuncia se resuelve con el mejor de los recursos, que no es otro que nuestra implicación sentimental en el relato. En este sentido, Theodore Melfi resume toda una época con ánimo optimista, elogiando el afán de superación y destacando lo mejor del espíritu humano.

Sin duda, el idealismo de esta película resulta contagioso, y en este sentido, su perceptivo guión parece escrito en otra época.

Inspiradora, cálida y sensible, Figuras ocultas convierte el vuelo orbital de John Glenn en una inteligente metáfora de la era Kennedy.

Sinopsis

Figuras ocultas descubre la increíble y desconocida historia real de un brillante grupo de mujeres que cambiaron las bases del país a mejor… mirando a las estrellas. La película cuenta la importante historia de un equipo de élite de mujeres negras matemáticas de la NASA, que ayudaron a ganar la carrera espacial contra el rival de Estados Unidos, la Unión Soviética, y que al mismo tiempo, propulsaron el cohete de la igualdad de derechos y oportunidades.

Todo el mundo conoce las misiones Apolo. Todos podríamos, en un momento, hacer una lista de los astronautas masculinos que dieron los primeros pasos de gigante de la humanidad en el espacio: John GlennAlan Shepard y Neil Armstrong. No obstante, sorprendentemente, Katherine G. JohnsonDorothy Vaughan y Mary Jackson son nombres que no se enseñan en el colegio y que son desconocidos para la mayoría, a pesar de que sus audaces, inteligentes e influyentes funciones en la NASA, en la que eran los ingeniosos «ordenadores humanos» fueron indispensables en los avances que permitieron los viajes espaciales.

Por fin llega a la gran pantalla la historia de un visionario trío de mujeres que traspasaron las líneas del género, la raza y profesional en su camino para ser las pioneras de los viajes espaciales, en una película protagonizada por la nominada al Oscar® Taraji P. Henson (Empire, El curioso caso de Benjamin Button, Hustle And Flow), la ganadora del Oscar® Octavia Spencer (La serie Divergente: Leal, Fruitvale Station, Criadas y señoras), la cantante Janelle Monáe, que debuta en una película de cine y el doble ganador del Oscar Kevin Costner (Lo mejor para ella, Campo de sueños, Bailando con lobos).

El director Theodore Melfi (St. Vincent) nos trae al cine el ascenso de las mujeres a lo más alto del campo aeroespacial en los fascinantes primeros días de la NASA con una película vibrante, llena de humor e inspiradora, que muestra la atrevida búsqueda del primer viaje orbital (aparentemente imposible) de la Tierra así como las cosas tan poderosas que pueden resultar de la unión de las mujeres.

Además de todas sus alegrías y triunfos, Figuras ocultas es también una película que tiene lugar durante las encrucijadas de algunas de las batallas más determinantes de la historia de Estados Unidos: la lucha por los derechos civiles, la batalla por ganar la importante Guerra Fría sin arriesgarse a una guerra nuclear y la lucha por ser la primera superpotencia en llevar a un humano fuera del planeta Tierra; así como el esfuerzo continuo por mostrar que los alucinantes avances tecnológicos que determinan el futuro del mundo no tienen nada que ver con el sexo o la procedencia.

Melfi afirma: «Esta historia sucede durante la colisión de la Guerra Fría, la carrera espacial, las leyes de Jim Crow y el nacimiento del Movimiento por los derechos civiles. Es un momento increíble para una historia rica y poderosa que poca gente conoce».

Taraji P. Henson añade: «Ahora sabemos que había increíbles mujeres detrás cuando John Glenn llegó a orbitar la Tierra… por fin podemos escuchar su historia».

De manera conmovedora, Katherine G. Johnson, ahora alrededor de los 90 años, ve con sorpresa la fascinación creciente del trabajo de su vida y el de sus compañeras, ya que, según afirma, ella simplemente daba lo mejor de sí misma en su trabajo, con su familia y su comunidad, como haría cualquier otro. «Yo sólo solucionaba problemas que tenían que ser resueltos», afirma con modestia.

En cuanto a los consejos que da a la gente que se enfrenta a desafíos actuales, Johnson afirma: «Sigue intentándolo. Sea cual sea el problema, tiene solución. Una mujer lo puede solucionar, un hombre también, si le das mucho tiempo».

Pocos logros se han celebrado tanto en la historia de Estados Unidos como el programa espacial nacional y esos primeros asombrosos e idealistas viajes para llevar a la humanidad al cosmos. El presidente Kennedy ha sido aclamado por llevar al país a lograr su gran sueño; los astronautas que volaron en los peligrosos primeros viajes hacia lo desconocido se han convertido en iconos; y los meticulosos ingenieros hombres de la misión de control de la NASA han sido elogiados por su coraje y tenacidad bajo presión.

Aun así, todavía quedan inesperadas heroínas ocultas que participaron en la carrera espacial. Concretamente, un equipo de mujeres matemáticas, que señalaron diversos caminos hacia una mayor diversidad en la ciencia, hacia la igualdad en Estados Unidos, los logros matemáticos humanos y el lanzamiento de John Glenn hacia una fascinante órbita a más de 27.000 km por hora, en un viaje en el que rodeó tres veces el globo terráqueo.

Era una época en un país en la que las oportunidades parecían injustamente limitadas si eras mujer, afroamericano y, especialmente, si eras una mujer afroamericana. Aun así, estas deslumbrantes e inteligentes mujeres de la NASA se saltaron todas las limitaciones sin ostentaciones, redefiniendo completamente la idea de lo que era posible —y lo que es vital para el país— y demostrando que fueron absolutamente esenciales para el futuro de Estados Unidos.

A Katherine G. JohnsonDorothy Vaughan y Mary Jackson se les presentó la oportunidad de utilizar su conocimiento, su pasión y sus cualidades justo cuando las exigencias de la Segunda Guerra Mundial cambiaron el tejido social del país. A las mujeres en general se les invitó a convertirse en Rosie the Riveter y trabajar en fábricas. Y aunque es menos conocido, lo mismo ocurrió en la ciencia y en las matemáticas. Debido a la enorme escasez de científicos y matemáticos masculinos y a las nuevas leyes que prohibían la discriminación racial, los contratistas de defensa y las agencias federales empezaron a buscar mujeres y afroamericanos que tuvieran las competencias para seguir impulsando las investigaciones más importantes.

El director Theodore Melfi explica: «para la NASA, en ese momento de la historia, los cerebros eran más importantes que la raza o el sexo. Éstas eran brillantes mujeres que podían aplicar las matemáticas necesarias, que estaban hambrientas de oportunidades y que deseaban tener la opción de poder cambiar sus vidas, así que ¿a quién iban a acudir si no?»

En el laboratorio del Centro de Investigación Langley en Hampton (Virginia), dirigido por el Comité Consejero Nacional para la Aeronáutica o NACA (por sus siglas en inglés), el precursor de la NASA, buscaban mentes brillantes de procedencias poco convencionales. Necesitaban personas con talento para trabajar de «ordenadores humanos», es decir, esa gente excepcional con el cerebro necesario para realizar rápidos y avanzados cálculos con su cabeza antes de que se contara con superordenadores digitales que pudieran calcular de manera precisa las trayectorias y caminos de vuelta de un cohete.

Las espadas estaban en todo lo alto para Estados Unidos. En 1958, la Unión Soviética lanzó su pionero satélite Sputnik, declarando que ahora tenían una tecnología superior en la Guerra Fría entre los dos países. Esto hizo que la carrera espacial se convirtiera en la prioridad número uno y máxima preocupación de Estados Unidos. Millones de personas vieron cómo se desarrolló la carrera, esperando que Estados Unidos fuera capaz de demostrar su fortaleza como sociedad y derrotara a los rusos en la carrera al espacio y a la Luna. En una época en la que el miedo a una guerra nuclear que aniquilara la civilización estaba muy presente, la carrera espacial se convirtió en un camino alternativo para que la URSS y EE. UU. compitieran sin restricciones. Las dos naciones lo vieron como una oportunidad para demostrar que su sistema tenía mayor potencial, así como para conseguir nuevos beneficios militares y de inteligencia, y convertirse en el primer país en establecer una esfera de influencia alrededor de todo el mundo. En 1960, John F. Kennedy se presentó a la presidencia con la inspiradora idea de reducir las diferencias en la carrera espacial y tomar la delantera con el ingenio estadounidense.

Katherine G. Johnson recuerda sobre el Sputnik: «Todos nuestros ingenieros se enfadaron porque alguien lo consiguiera antes. Pero lo que la mayoría de la gente no sabía es que nosotros les pisábamos los talones a los rusos y que estábamos preparados».

Fue en este contexto en el que NACA se convirtió en la NASA y todos los científicos y matemáticos, incluidos los «ordenadores humanos», se cambiaron al programa espacial a alta velocidad.

A pesar de que las leyes de Jim Crow seguían perjudicando a la igualdad y los derechos humanos en Virginia, Langley contrató un equipo completo de mujeres para ser sus «ordenadores humanos», de las cuales algunas eran profesoras de matemáticas afroamericanas. Permanecieron segregadas; las mujeres negras comían en cuartos separados y trabajan en una división alejada conocida como West Computing. Les pagaban menos que a sus equivalentes blancos. Aun así, su extraordinario trabajo sobresalió y terminó superando al de los hombres, de manera que se convirtieron en personas totalmente indispensables para la misión más atrevida hasta la fecha: poner a John Glenn en órbita total alrededor de la Tierra.

Incluso antes de que la NASA descubriera a estos genios, ellas ya eran mujeres asombrosamente especiales.

Johnson era un fenómeno de Virginia Occidental que empezó el instituto con 10 años y se licenció en matemáticas y francés a los 18 antes de convertirse en una de las primeras personas en formar parte de la Universidad de Virginia Occidental. Empezó a trabajar en Langley en 1953. Mientras trabajaba para la NASA, también era una mujer soltera con tres hijos.

Vaughan era igual de exitosa. Natural de Misuri, se licenció en la universidad con 19 años y trabajó como profesora de matemáticas antes de llegar a Langley en 1943. Rápidamente se convirtió en la jefa del equipo de West Computing.

Jackson vivía en Hampton (Virginia), licenciada en ciencias físicas y matemáticas. Se convirtió en ingeniera aeroespacial cuando empezó a trabajar en Langley en 1951. Se especializó en experimentos con túneles de viento y datos de aeronaves, y siempre usaba su posición para ayudar a los demás.

A pesar de lo especiales que eran, las mujeres se tomaron sus logros con tranquilidad. Para Johnson, era normal tener destrezas matemáticas extraordinarias, ya que las tenía desde que era muy joven. «Casi desde que nací, me encantaba contar cosas», recuerda. «Siempre estaba contando los escalones, y teníamos muchas escaleras, así que adquirí mucha práctica. Veía que contar era una manera de comprender mejor las cosas, de ver lo que eran las cosas y lo que significaban».

Incluso en la NASA, Johnson se dejaba llevar principalmente por su curiosidad acerca del mundo, y nunca llamó la atención como una heroína. «Me lo tomaba en plan: si alguien me pedía que resolviera un problema, yo lo hacía», afirma con naturalidad. «Pero siempre quería saber más sobre la importancia de lo que estábamos haciendo. Si hacíamos un cálculo, quería saber por qué: ¿para qué es? ¿Por qué es tan importante?»

En cuanto a la triple vida que llevaba como madre, como mujer afroamericana que tenía que hacer frente a las leyes de Jim Crow y como activo importante de la NASA, Johnson afirma que nunca pensó que no estuviera a la altura. «Una mujer siempre puede superar a un hombre en la gestión de varias cosas a la vez, así que no suponía ningún problema para mí», reflexiona. «Y en la NASA, todos trabajábamos por el mismo objetivo, lo supiéramos o no».

A la autora y productora ejecutiva, Margot Lee Shetterly, cuyo padre trabajó para la NASA, le sorprendió mucho que para ella estas mujeres fueran relativamente desconocidas. Shetterly escribió el libro Hidden Figures, basado en entrevistas orales, amplias investigaciones y material de archivo, que recoge cómo las mujeres de West Computing superaron los desafíos a los que se enfrentaron con elegancia y optimismo; forjaron alianzas que las ayudaron a ganarse el respeto y se ayudaron las unas a las otras para cambiar sus propias vidas, aunque ya estaban cambiando el país y la tecnología para siempre. También fundó el proyecto Human Computer, que ha recibido dos subvenciones de la Virginia Foundation for the Humanities, una organización dedicada a archivar el trabajo de todas las mujeres que contribuyeron a la historia temprana de la NASA.

Le movió especialmente la manera en la que estas mujeres restaron importancia a lo que consiguieron. Shetterly afirma: «De alguna forma, estas mujeres estaban ocultas a plena vista. Pensaron que tenían la oportunidad de trabajar en algo que les encantaba (los desafíos matemáticos), así que no llamaron la atención».

Pero ahora, Shetterly cree que es el momento de centrar la atención en estas mujeres. «En el pasado, no veíamos la importancia de las mujeres en la tecnología», comenta. «Tenemos la imagen formada de cómo es un astronauta o un científico; y como estas mujeres no encajaban en el perfil, los historiadores solían pasar de ellas».

Shetterly se puso en marcha para dar a las mujeres todo el reconocimiento en su libro. Una de las cosas que quería transmitir era todo lo que eran capaces de hacer estas mujeres con un lápiz y capacidad intelectual pura. «Hay más potencia informática en una tostadora actual que la que había disponible en los años 60», bromea Shetterly, «y aun así, fuimos capaces de enviar a un hombre al espacio y, más tarde, a la Luna. Y eso es gracias a la potencia informática que tenían estas mujeres».

Especialmente inspirador para Shetterly fue la manera en la que estas mujeres se abrieron camino entre realidades contrapuestas: como mentes de alto nivel por un lado y como afroamericanas enfrentadas a los prejuicios institucionales diarios por otro lado. «Debió de ser algo increíble poder trabajar en la NASA y tener que hacer frente a esos problemas matemáticos tan importantes, y después tener que usar el «baño de los negros», reflexiona. «Y luego tenías que volver y seguir manteniendo tu cabeza alta, a pesar de que continuamente te recordaran que tenías un estatus de ciudadano de segunda clase.

Pero gracias a la fuerte unión que desarrollaron, pudieron encontrar la fuerza necesaria», afirma Shetterly «Eran una banda de mujeres. Sabían que tenían que apoyarse las unas a las otras, por lo que se animaban entre ellas para dar el 150 %, ya que también sabían que se les iba a examinar de manera diferente. Creo que vieron que tenían la escasa oportunidad de abrir puertas a otras mujeres negras en un futuro que sería diferente», concluye.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.