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Crítica: «127 horas» (Danny Boyle, 2010)

127 horas tiene una singularidad que seguramente pocas películas comparten con ella: uno conoce la trama y su desenlace, y sin embargo, disfruta de momentos de inigualable suspense, y sobre todo, de emociones en estado puro, auténticamente naturales, que nos remiten a algo tan difícil de explicar como la propia vida.

Admitamos que hacer esto en los tiempos que corren es una audacia insólita. Con un estilo posmoderno pero nada confuso, Danny Boyle recrea la aventura real del escalador Aron Ralston con recursos tomados de la publicidad, del videoclip y –cuando le interesa– del cine clásico. Cuando nos dejamos arrastrar por su mirada, es imposible aburrirse. De hecho, uno de los adjetivos que mejor le cuadran a esta película es el de vibrante, y cuando la vean, comprenderán por qué.

Durante la última década, nadie ha filmado con más empuje y amenidad que Boyle la tensión de un horizonte desértico y el peligro en la alta sierra. Tomando como referencia el viejo género de los mountain films –las películas de montañeros, muy populares en tiempos del cine mudo–, el cineasta nos atrapa con una habilidad sorprendente, acentuada por un montaje sensacional y una fotografía de enorme belleza.

James Franco interpreta el mejor papel de su carrera. De una forma natural, inyectando optimismo o desesperación en los momentos que conviene, Franco logra asimilar todas las cualidades de ese aventurero que, un buen día, mientras explora una zona del Parque Nacional Canyonlands, en Utah, queda atrapado en una grieta a lo largo de cinco implacables jornadas.

Con el brazo derecho aplastado por una roca que le impide moverse, Ralston va buscando alternativas de supervivencia. Y nosotros lo hacemos con él, dentro de ese estrecho e incómodo espacio que dio título al libro en el que se basa la cinta: Between a Rock and a Hard Place.

Bajo la espléndida dirección de Boyle, Franco nos seduce toda la gama emocional del personaje: su simpatía, su valor y su reacción ante los terrores más atávicos, desde morir ahogado hasta perecer de sed en un enterramiento prematuro.

Durante el momento más delicado –y aunque casi todos saben qué hizo Ralston con su brazo–, resulta inevitable identificarse con una decisión tan atroz como valiente. Esa es la magia de 127 horas: llegado ese punto crucial, no es tan importante lo que se cuenta como la manera de contarlo. Cada dilema del personaje es una nueva oportunidad para que Boyle mantenga al espectador con la mirada fija en la pantalla.

Anima la película una banda sonora memorable. Cuando suena la canción «Lovely Day», de Bill Withers, uno siente la intención de cada nota como si fuera el protagonista. Y eso, en estos tiempos de soundtracks repletos de viejos éxitos, supone toda una novedad.

Sinopsis

127 horas está basada en hechos reales y cuenta la extraordinaria aventura del alpinista Aron Ralston (James Franco), que logró sobrevivir tras golpearse contra las rocas, herirse un brazo y quedar atrapado en el interior de una aislada grieta de un cañón en Utah.

A lo largo de la jornada, Ralston recuerda a sus amigos, amantes (Clémence Poésy), familia y a las dos excursionistas (Amber Tamblyn y Kate Mara) que conoció antes de sufrir el accidente.

Durante los cinco días siguientes, Ralston lucha contra los elementos y contra sus propios demonios para descubrir, al final, que cuenta con el valor y los medios suficientes para conseguir salir de allí como sea, descendiendo por una pared de 20 metros y ascendiendo 13 kilómetros antes de ser rescatado definitivamente.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de sinopsis e imágenes © Fox Searchlight Pictures, Pathé, Everest Entertainment, Cloud Eight, Decibel Films, Darlow Smithson. Cortesía de Twentieth Century Fox Film Corporation. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.