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«Alexander von Humboldt. El anhelo por lo desconocido», de Maren Meinhardt

Incluso aquellos que se declaran incondicionales de la obra de Humboldt olvidan detalles de cierta relevancia: su llegada a la corte madrileña para organizar aquel viaje que emprendió junto a Aimé Bonpland, el papel que desempeñaba por entonces en la política científica española el ministro Mariano Luis de Urquijo, y desde luego, la admirable labor del Real Gabinete de Historia Natural, gobernado por José Clavijo y Fajardo. Eso por no hablar de los científicos hispanos que Humboldt conoció en la América Virreinal, y que en más de un caso, le allanaron el camino.

Señalo todo esto porque la hazaña de Humboldt prospera en un momento en el que nuestro país ‒en contra de lo que se repite por pura inercia‒ contaba con investigadores extraordinarios, sin los cuales no es fácil explicar la trayectoria del propio Humboldt, y por consiguiente, el surgimiento de esa ciencia a la que actualmente llamamos ecología (Recordemos que la expedición de Francisco Hernández se realiza mucho antes, en 1571, con el fin de conocer a fondo la historia natural de la Nueva España).

Hay otros personajes secundarios en esta aventura: por ejemplo, Simón Bolívar, que según algunos cronistas, transmitió a Humboldt y a Bonpland la ilusión por descubrir los bellísimos parajes de Nueva Granada. O el gran botánico José Celestino Mutis, explorador de ese mismo virreinato, cuyo legado se custodia en el Real Jardín Botánico de Madrid.

Mutis estudió como ningún otro la Historia Natural de América, y su prestigio tras dirigir la Real Expedición Científica del Virreinato de Nueva Granada le llevó a mantener contacto con Humboldt, quien agradeció en más de una oportunidad la ayuda que le brindó el erudito gaditano.

También sabemos que, en el curso de su exploración, Humboldt y Bonpland leyeron a otro genio de la América española, José Antonio de Alzate ‒hoy gloria de la ciencia mexicana‒, teólogo, físico, matemático, filósofo y naturalista, miembro del Real Jardín Botánico de Madrid y de la Sociedad Económica Vascongada, y extraordinario estudioso de la zoología y la botánica de su tierra natal, durante una época en la que la Nueva España estaba muy avanzada en las ciencias y las artes.

Como bien sabe el lector, la ciencia no es una labor solitaria, y cada descubrimiento se basa en uno anterior. Esa solidaridad de los científicos de España y sus virreinatos con el viajero alemán requiere más subrayados, pero la intención de Maren Meinhardt en Alexander von Humboldt. El anhelo por lo desconocido es otra.

La biografía que escribe Meinhardt se centra en el protagonista, sin perderse en digresiones o incisos. Al dirigirse a lo esencial, elude a personalidades que ‒como las ya citadas‒ se cruzaron en la carrera del gran erudito berlinés. Y es que, obviamente, la doctrina humboldtiana es muy original, pero no surgió de la nada.

El párrafo anterior no debe ser interpretado como una crítica negativa hacia la obra que nos ocupa. Nada más lejos de mi intención. El libro de Meinhardt es una precisa y muy amena introducción a la personalidad de Humboldt, repleta de datos interesantes, muy bien estructurada y recomendable para cualquier lector que desee comprender la magnitud del personaje y su perdurable influencia.

Aunque en otras áreas sea una figura discutible ‒su labor de espionaje al servicio de Estados Unidos, su sesgo a la hora de criticar el sistema virreinal, etc.‒, las intuiciones científicas de Humboldt son asombrosas, y sus escritos sobre la diversidad biológica, sobre la historia de las variaciones climáticas, e incluso sobre la deriva continental, se anticiparon a las de otros científicos que años después las formularon de manera más precisa.

También es relevante su influencia en la emancipación de las repúblicas americanas, aunque convendría revisar más de un detalle sobre su posicionamiento en un proceso muy complejo, en el que, además de los libertadores y de los realistas, intervinieron potencias extranjeras con intereses geoestratégicos bastante lamentables a largo plazo.

A medio camino entre la Ilustración y el Romanticismo, el pensamiento científico de Alexander von Humbolt aún conserva un extraordinario interés. Como señala Meinhardt muy acertadamente, a Humboldt no le preocupaba sólo «imponer las herramientas científicas de la Ilustración en lo que veía, aunque lo hizo también y sería lícito aducir que lo hizo de la manera más completa y rigurosa que cualquiera podría desear. En su lugar, también existía una motivación más profunda, algo natural en una persona cuya mente había recibido su formación en el romanticismo alemán: la esperanza de descubrir una verdad oculta aún mayor».

Sinopsis

Se cumplen 250 años del nacimiento del padre de la geografía moderna. Humboldt fue científico, viajero, inventor y llegó a ser una de las personas más admiradas de su época. Heredero de la Ilustración, abandonó su Berlín natal guiado por sus inquietudes, recorrió gran parte de Europa y, tras muchas peripecias, consiguió embarcarse en una expedición para explorar el Nuevo Mundo.

No había nada que escapara a su interés: coleccionó muestras de plantas locales, estudió las especies más peculiares, anotó las variaciones climáticas e hizo grandes contribuciones a todos los campos de la ciencia. Hijo del romanticismo alemán, aportó al estudio de la naturaleza una visión nueva, llena de sentimiento y pasión.

Un hombre fuera de lo común, que desafió todas las expectativas de quienes le rodeaban y logró reivindicar su particular visión del mundo.

Maren Meinhardt estudió Psicología y Literatura en la London School of Economics y en la Sussex Unversity. Colabora en el Times Literary Supplement, donde es editora de literatura alemana e historia natural. En 2014, junto  con sus dos hijas, siguió el itinerario de Humboldt  en Ecuador.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.