En dos años de ausencia de España, sólo he sentido un momento de nostalgia.
Fue en mi segundo regreso al país para visitar a mis padres, el pasado mayo. Siempre vuelvo sin avisar a casi nadie, por pudor y porque sí. El caso es que en los instantes previos al despegue del avión desde el Perú, los altavoces desgranaron una canción española que me resultó familiar.
La identifiqué de inmediato: era la misma canción que había podido escuchar por vez primera en el avión que me trasladara de Lima a Madrid medio año antes. No sabía quién la cantaba ni la había vuelto a escuchar desde entonces, pero mi alma debía haber congeniado con la tonadilla, porque ahora la reconocía al vuelo y algo en mí se alegraba al oírla. Mi corazón ibérico acusó incluso cierta vergüenza al recibir de buen grado lo que podía ser un simple jingle encargado por la compañía aérea. ¡Qué ignominia la mía, comulgar con la sintonía corporativa de una macroempresa!
La grabación exudaba un enojoso coro a lo reunión improvisada de progres perroflautas encantados de conocerse, pero en el fondo debía admitir que esa canción me hablaba directamente a mí. Algo en la estoica y bella voz del tipo y en sus lánguidos hilachos de palabras reconocidas me decían que esa canción había sido compuesta del lado del océano donde yo vivía…
Anoté mentalmente atender con más denuedo si el personal de Iberia la programaba en los instantes previos al aterrizaje, como en la ocasión anterior. Así fue: cacé morosamente un par de frases en sordina enlatada a través del tenue hilo emisor, luego me olvidé. Pero durante todo mi subsiguiente traslado en taxi por las calles de Madrid no pude dejar de tararear la melodía: su recuerdo mental constituyó mi inexistente orquesta de bienvenida.
Al día siguiente, ya instalado, me acordé del feliz incidente y traté de rememorar la letra una vez más: a pespuntes fui tecleando frases posibles. “Un rostro distinto a este lado del mundo”… “diferente a este lado del mar…”
Al final, Google reconoció mi Frankenstein: se trataba de una canción titulada Hombre de ninguna parte y su autor/intérprete era… ¡Xoel López!
Me quedé desconcertado: Xoel López era hermano de un conocido mío de años ha, del mundo de los fanzines, los cómics y el cine de guerrilla: Adrián, al que tenía en mucha estima y al que siempre lamenté no haber tratado más. Sabía que eran hermanos porque él me lo había dicho, pero jamás había escuchado las canciones del otro López.
Escuché con mayor propiedad el tema en YouTube y volví a emocionarme con la letra, la música y su espléndida forma de cantar. Ésta es:
Luego seguí escuchando otros temas interesantes: Caballero, Por el viejo barrio, etc.
Me di cuenta de que me agradaba su repertorio y pensé: ¿qué pensarán de él los modernos? Si me gusta a mí, que fui despedido del Rock de Lux por poner bien un concierto de las Spice Girls, no puede ser muy bien considerado por la crítica. No me gusta la música indie, me gusta la música comercial. La melodía sigue marcando la pauta de mis gustos.
Y Xoel López hace música comercial, probablemente para desgracia de él. Música preñada de aires folclóricos, con una retirada constante a coplas, rancheras, romances castellanos o muñeiras, y letras acordes: Por el viejo barrio podría haber sido compuesta por Juan Pardo y eso que para mí es una virtud, para la mayoría de eruditos supone un insulto obsceno.
Y Xoel López podría ser un artista de ayer, hoy, mañana o anteayer.
Probablemente este artículo le cause más engorros que alegrías, si es que causa algo en absoluto… pero yo le agradezco haber compuesto Hombre de ninguna parte y haberme así proporcionado mi único momento de nostalgia legítima y sincera desde que ya no soy hombre de mi país.
Nota: «Hombre de ninguna parte» es un tema de Xoel López extraído del disco «Atlántico», editado en 2012 por Esmerarte Servicios Artísticos.
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