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«Batalla por el planeta de los simios» (1973), de J. Lee Thompson

La quinta y última película de la saga originalBatalla por el Planeta de los Simios (1973), sugería la posibilidad de que, después de todo, el futuro no estaba definido de forma categórica. Paul Dehn había planeado un final tremendamente oscuro para la saga, con César convertido en un emperador loco que realizaba experimentos en humanos para extirpar su capacidad de hablar. Sin embargo, la Fox y el productor Arthur Jacobs no querían replicar el tono violento de la cinta anterior y se inclinaban en cambio a continuar la historia con un regreso al cine más familiar.

Así, contrataron al matrimonio de guionistas compuesto por John y Joyce Corrington (responsables del guión de El último hombre… vivo), quienes escribieron una historia ambientada diez años después de los acontecimientos narrados en La rebelión de los simios.

Ya ha tenido lugar el profetizado conflicto nuclear y ahora César y los simios supervivientes viven en una comunidad primitiva que, supuestamente, acabará evolucionando en el futuro en la ciudad que vimos en la primera película (el espectador tiene que creer que los simios han aprendido a hablar en el curso de unos pocos años, hazaña asombrosa incluso aunque, como dijimos, los monos contaran con cuerdas vocales). Por su parte, los humanos viven junto a los simios, no como esclavos pero tampoco como iguales.

Algunos de los hombres que se quedaron en la ciudad cuando cayeron las bombas atómicas han conseguido sobrevivir a costa de sufrir mutaciones y permanecer recluidos en el subsuelo. Sus descendientes serán los fanáticos que el espectador pudo ver en Regreso al Planeta de los Simios.

En el curso de una expedición a la Zona Prohibida, César ve unas viejas grabaciones de sus padres y averigua el secreto de la futura destrucción de la Tierra. Mientras tanto, la frágil paz existente entre simios y humanos se ve amenazada por un motín organizado por los gorilas y liderado por el general Aldo (Claude Akins). Las cosas empeoran cuando los humanos de la Zona Prohibida lanzan un ataque contra el asentamiento simio.

Tras cuatro películas, la saga de los simios comenzaba a mostrar claras tensiones narrativas. En buena medida, ello se debió a la incompatibilidad de un ambicioso guión con el magro presupuesto asignado. Había demasiados elementos puestos en juego –las tensiones cotidianas entre simios y humanos, los gorilas insurrectos, el ataque de los mutantes subterráneos, la obsesión de César por la historia de sus padres…‒ como para que todos pudieran recibir un tratamiento adecuado.

Es más, el espectador podría llegar a preguntarse si no se había perdido una película entre Rebelión… y Batalla…, puesto que la primera finalizaba con los simios organizando su insurrección contra los humanos mientras que la segunda empieza con ambas especies viviendo en paz, por no mencionar que ha tenido lugar nada menos que una guerra nuclear. Todas esas piezas son introducidas sin demasiado acierto ni sentido del orden en un guión con diálogos pretenciosos en busca de una postiza profundidad.

La batalla final es harto rudimentaria y poco satisfactoria (más parece una escaramuza entre pandilleros que un decisivo enfrentamiento entre especies), consecuencia de un presupuesto incapaz de atender las necesidades estéticas del guión. Está elaborada a base de planos cortos y montaje acelerado que tratan de ocultar la evidente falta de extras. Los productores se vieron incluso obligados a recortar el número de simios debido al tiempo que se invertía en maquillar a los actores. Había que rodar rápido y hacerlo barato.

Un director con talento lo hubiera tenido difícil, pero para J. Lee Thompson fue imposible. Su dirección es monótona y previsible, un preludio de su etapa de declive como realizador que se confimaría en los setenta y ochenta con una serie de horribles películas protagonizadas por Charles Bronson y el ridículo remake de Las Minas del Rey Salomón.

En general, toda la producción irradia una sensación de cansancio, de cortedad de medios, que las buenas interpretaciones de Roddy McDowallLew Ayres y Severn Darden no consiguen compensar.

Por no ser completamente negativos, podemos mencionar como punto de interés la esperanzadora sugerencia de que el apocalíptico futuro visto en las dos primeras películas podría ser evitado, rompiendo lo que parecía un círculo temporal ineludible. La película finaliza de forma un tanto ambigua, apuntando a la posibilidad –que no la seguridad‒ de que simio y hombre puedan alcanzar una coexistencia pacífica. Esa idea de que una catástrofe futura pueda no ser inevitable volvería a sustentar años después otra exitosa franquicia, la de Terminator, aunque con un resultado muy diferente.

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Imágenes y logotipos de la saga clásica © APJAC Productions, Twentieth Century Fox Film Corporation, Twentieth Century Fox Home Entertainment.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".